lunes, 2 de mayo de 2011

Por qué soy "anarquista"

Kant defendió, al parecer, que es siempre ilícito resistirse al poder establecido.

Digo “al parecer” porque, aunque insistió en esa tesis en varios lugares, no parece consistente con lo que también alguna vez advirtió: que un régimen que no permite expresar la opinión, o que establece una legislación inmodificable para siempre (como, por ejemplo, un régimen teocrático) es injusta e ilegítima. ¿Es justo no resistirse a un régimen injusto?

Pero, en la frase con la que he comenzado, no sólo la palabra Kant está sujeta a interpretaciones. También qué significa “ilegítimo” o “establecido” es discutible, o, mejor dicho, lo discutible.

La tesis de la irresistibilidad del poder establecido, la construye y sustenta Kant más o menos de la manera siguiente siguiente:

  • El derecho (y la política, como gestión suya) consiste en la regulación de los actos materiales (fenoménicos) de las personas, encaminada a proteger las libertades de todos en coexistencia.
  • El derecho efectivamente establecido emana, pues, de un Derecho Natural, que dicta que las personas deben ser tratadas con respecto, no meramente como medios, etc.

  • El poder político (o la Constitución) es “sagrado”, es decir, es algo ideal, fundado en el orden moral espiritual o nouménico.

  • El soberano es, por tanto, sagrado.

  • Si se quisiese poner en cuestión la legitimidad del soberano (del poder “establecido”), no habría a dónde acudir para juzgarlo.

  • Por tanto, el poder establecido no puede ser juzgado, y, por tanto, nunca es lícito resistirse a sus leyes.

Es tan fácil sentir odiosa esta tesis de Kant como difícil es rebatirla, es decir, rechazarla con algo más que buenos sentimientos. Juzgar si es correcta o no implica ni más ni menos que tener una solución al fundamento de la soberanía. ¿Qué fundamento tiene un orden jurídico (político) justo? ¿Quién es legítimamente soberano? A esto puede darse diferentes respuestas.

Dejemos aparte la (presunta) respuesta “positivista”, según la cual “legítimo” equivale a ““establecido” efectivamente (es decir, “de hecho”, materialmente) en el grupo social del que se trate”. En caso de que esta tesis tuviese sentido político, según ella serían ilegítimas todas las rebeliones contra lo “establecido”, o bien serían todas legítimas. Pero, en realidad, esta tesis no es una tesis política, es decir, con valor normativo o validez política o jurídica (a lo sumo es una tesis sociológica, pero tautológica), ya que a partir de “esto está establecido en este grupo” no se infiere “esto es legítimo”, es decir, “esto debe obedecerse”. Esto lo doy por discutido. Si menciono esta tesis es por el poder que tiene en muchos cerebros modernos, bajo la presión del reduccionismo naturalista.

¿Qué alternativas reales hay en la filosofía política? Es decir, ¿de qué maneras se puede fundamentar la validez de las normas políticas? Cuando alguien dice: “esto debe ser obedecido” ¿qué haría legítimo o ilegítimo tal imperativo? Dividiéndolas en dos, hay quienes piensan que hay una base natural para los valores, incluidos los valores ético-políticos y, por tanto, para la soberanía (iusnaturalismo), y quienes creen que no la hay (no-naturalismo jurídico-político –a veces mal llamado “positivismo” y confundido con él-).

Quienes sostienen que no hay una base natural para las leyes, y aún quieren explicar el carácter normativo o imperativo de ellas sin incurrir en la falacia del positivismo, tienen que atribuir a alguna entidad de tipo personal (los hombres, los dioses, los más fuertes…) ¿Es una respuesta de este tipo… legítima? Contestar a una pregunta como “¿por qué debo obedecer esta norma?” con algo como “porque así lo establecieron tus ancestros”, o “porque así lo establece el rey” o “porque así lo establece Dios”, o “porque así lo deciden los que tienen la fuerza” no es del todo idéntico a decir “porque sí”, pero es casi indistinguible. Por eso es fácil confundir estas respuestas con la tesis positivista, que reduce lo normativo a fáctico, la validez a hecho. El no-naturalismo no incurre en esa falacia, pero hace completamente irracional y arbitraria a la ley. Contra una tesis de este tipo siempre habrá que dirigir la pregunta que Sócrates le hizo al sacerdote Eutifrón: ¿las normas que establecen los dioses (o, digamos, el rey, o los padres, o los más fuertes…) son justas porque las establecen ellos, o las establecen ellos porque son justas? Pocos fanáticos (entre ellos, sin embargo, hay que incluir a muchos líderes intelectuales modernos, desde Lutero a Wittgenstein) se quedarán con la primera opción.

Quedan las teorías del Derecho Natural (entendiendo por “natural” algo no arbitrario ni subjetivo, sino objetivo y racional). Una de ellas es precisamente la de Kant, que cree deber deducir de ahí que siempre y en todo caso es ilícito rebelarse contra el poder establecido. Con puntos de partida similares, Fichte y otros, en cambio, creían lo contrario. Tomás de Aquino y sus seguidores (y es, “por tanto”, la postura oficial de la iglesia católica) también creen que en caso extremo es lícito rebelarse. ¿Quiénes están en lo cierto?

Ya en su época se le hizo a Kant la objeción de que, incluso ateniéndose a su propio sistema filosófico, él mismo, al sostener la irresistibilidad política, confundía al gobernante fenoménico con el ideal. Podemos aceptar que hay una constitución “sagrada” e inviolable, medida de todas las constituciones políticas justas, pero no hay por qué aceptar que el primero que llegó al poder (quizá por herencia familiar de otros que llegaron al poder mediante guerras, por casamientos reales, etc.), es el legítimo representante material de la soberanía sagrada. Es decir, no hay por qué aceptar que el que se llama a sí mismo gobernante (o es llamado así por otros) es legítimamente legítimo, precisamente porque el Derecho Natural (es decir, el nouménico o “sagrado”) no es el mismo que, ni se reduce al, derecho efectivo o de hecho “establecido”.

Sí, es una buena objeción. Ahora bien, contesta Kant a este tipo de pegas: ¿a quién vamos a recurrir para que decida si es legítimo o no el gobernante que nos ha tocado en suerte, y si son justas o no las leyes que establece? Siempre tendremos que acudir a una institución existente de hecho, o sea, fenoménica. Alguna instancia material debe ser inapelable.

Aquí habrá la fuerte tentación de acudir al “pueblo” en busca de tribunal último. ¿No cree el propio Kant que toda persona es igual y tiene, por tanto, el mismo derecho de soberanía? ¿No se funda el derecho en un contrato a priori entre iguales (o entre desiguales con un velo de ignorancia de desigualdades)? Pero este argumento es falaz. Cuál sería el resultado de ese contrato a priori o nouménico no es algo que se pueda calcular democráticamente; cómo hay que llevar a cabo la mejor convivencia de las libertades de cada uno, es un asunto diferente al del origen de la soberanía: el republicanismo no implica directamente a la democracia.

Entonces, supongamos que me planteo cómo debo actuar ante cierta situación política: si debo aceptar lo que ha legislado el gobierno “establecido”. Y supongamos que, en principio, soy lo más propenso posible a respetar las normas, porque creo que es imprescindible para la sociedad que haya leyes respetadas por todos (valga la redundancia). ¿Qué respuestas de la filosofía política me valen, si rechazo la tesis kantiana de la irresistibilidad del poder por razones de puro derecho natural-racional?

-La que dice que debo obedecer porque así está de hecho “establecido”, no me sirve, porque yo busco fuerza normativa, que no puede proceder de una proposición meramente fáctica.

-La que dice que debo obedecer porque la única fuerza normativa es la que tiene el gobierno (o el Papa, o los fuertes…) no me sirve, ya que (es mi manera de ser irracional) busco una razón racional.

-Tomás de Aquino y seguidores sostienen que la rebelión es lícita en último extremo… Pero ¿en cuál? En el de que entre en conflicto con normas superiores, o sea, las establecidas por Dios. Luego recaemos en la respuesta anterior, a la hay que pedirle que relea el Eutifrón.

A mi parecer sólo queda una solución: la validez de las leyes, sean establecidas (y lo sea por humanos o por dioses) o sean pretendidamente naturales, está sujeta a mi conciencia. Por tanto, si creo que cierta norma “establecida” es injusta, por más que crea que, en principio, es justo respetar las normas siempre que no entren en conflicto (si es que eso es posible) con otras normas superiores, debo seguir a mi conciencia, y no a la norma establecida.
En este sentido, creo que la verdad última de la política basada en un derecho natural racional es el anarquismo, o, para decirlo más correcta aunque quizá menos provocativamente, la autocracia. Hay razones morales para establecer y respetar cuanto se pueda leyes generales, pero en último extremo, un sujeto racional tiene que atenerse a lo que vea racionalmente justo, y resistirse contra lo que crea injusto, lo haya “establecido” quien lo haya establecido, porque quien realmente puede establecer qué es justo, es la razón, y, para cada uno, la razón como se manifiesta en él.
Creo, por tanto, que Kant está en lo cierto al sostener que la única alternativa posible a la irresistibilidad del poder establecido es la anarquía. Pero creo que se equivoca al sostener que el derecho natural impone la primera opción.

¿Que esto vuelve completamente casuística toda la política y todo el derecho? No más que a cualquier asunto humano, por muy racional que sea.

¿Significa esto que el estado tiene que permitir la objeción de conciencia? No. La objeción de conciencia, en sentido puro, es la subordinación (y, por tanto, para la mayoría significa lo mismo que la disolución) de toda ley suprainvididual establecida, sea efectiva o sea idealmente. Lo que hacen los sistemas políticos modernos es ser lo más tolerantes posibles con las conciencias individuales.