martes, 3 de abril de 2012

Trabajo e interés

¿Qué relación hay entre hacer algo y estar interesado en comerciar con ello u obtener algún otro beneficio extrínseco a ese algo? ¿Qué relación hay entre cuidar ovejas y desear explotarlas, jugar al futbol y querer ganarse la vida como futbolista, ser cuentista y vivir del cuento…?

Según una contundente argumentación de Platón en el libro primero de La República, el arte de negociar con algo es completamente independiente de ese algo, y no ayuda nada pero puede claramente perjudicar para hacer bien ese algo. Un pastor, contra lo que cree Trasímaco, es quien cuida bien al ganado, no quien lo explota; un médico se ocupa, en cuanto médico, de la salud, no se preocupa, en cuanto médico, del dinero u otros intereses, y un político es quien trabaja por una sociedad justa, no quien tiene o busca el poder por cualquier otro interés.

Comparemos cómo haría su trabajo una persona que se dedica a algo porque le gusta (es, para ella, un fin en sí) y una persona que se dedica a algo porque, en alguna medida, tiene interés en negociar con ello. ¿En dónde estaría la diferencia? ¿Hace, en algún sentido, mejor las cosas quien está interesado en comerciar con ellas, o las hace peor o simplemente igual? ¿Cómo puede influir el interés lucrativo o comercial (o cualquier otro interés ajeno a la propia cosa de que se trate) en el trabajo?

Podría tener, se dirá, un efecto positivo estimulante: no me dedicaría a esto, pero otro interés me lo exige como medio.
Por supuesto, este estímulo nunca puede ser mayor (y es prácticamente necesario que sea siempre menor) que el estímulo procedente del interés por la propia cosa. Nunca una persona jugará mejor al futbol porque quiere vivir de ello que si juega porque el futbol es su pasión; nunca nadie escribirá mejor porque quiere ganarse la vida con ello; nunca un cuidador de animales será mejor porque lo haga por un interés distinto al propio cuidado de animales. El estímulo comercial o extrínseco al trabajo, solo puede servir para quienes no tienen interés directo en el trabajo de que se trate, y nunca puede ser mejor que el motivo procedente del interés por la propia cosa.

¿Cuándo podría ser peor el estímulo del interés extrínseco? Siempre que un motivo extrínseco (comercial, por ejemplo) se mezcle en la tarea, y no sea directamente beneficioso según la naturaleza misma de esa tarea. Si, por ejemplo, un pastor quiere que sus ovejas produzcan más leche, y les suministra sustancias químicas que producen ese efecto pero causan efectos negativos en las ovejas, será quizás mejor negociante, pero peor pastor, propiamente hablando. Si un futbolista mezcla especulaciones interesadas, extrañas al propio futbol (simula penaltis, por ejemplo), quizás ganará más dinero como futbolista, pero hará peor el futbol. Si un escritor especula con qué va a comprarle la gente, será peor escritor.

Pero ¿necesariamente el interés extrínseco llevará a hacer peor una tarea? No: quizás un cálculo sutil nos lleve a la conclusión (como se dice que lleva a los grandes empresarios y a los pequeños “autónomos”) de que lo más rentable, a largo plazo, es hacer las cosas bien. Seguramente es así, aunque exige un cálculo muy fino y a un plazo muy largo. Pero ese cálculo nos llevaría, en el mejor de los casos, a hacer las cosas exactamente como las haría quien ya las hace bien por sí mismas, no más lejos. Por tanto, en el mejor de los casos, un individuo con intereses extrínsecos a su tarea pero que sea sumamente astuto, hará igual de bien esa tarea que quien la hace porque le gusta, es decir, la que tiene esa tarea como fin en sí misma.

Por supuesto, para que esta igualdad se logre, es preciso que el primero (quien tiene intereses extrínsecos a la tarea) no se acuerde en ningún modo del interés extrínseco, mientras se dedica a la tarea, porque, incluso si ese recuerdo no tuviese ninguna influencia directa en su trabajo, al menos le restaría un tiempo de manera inútil.

Por tanto, la mejor forma de hacer algo es hacerlo bajo la consideración de que es un fin en sí, y siempre podremos confiar en que las cosas que se hacen como fines estarán mejor hechas, y debemos desconfiar de que las que han sido hechas bajo interés extrínseco (por ejemplo, comercial o lucrativo), estén tan bien hechas y los intereses extraños a la cosa misma no se hayan mezclado en la tarea y contaminado su resultado.

Pero, se dirá, el problema es que las personas no pueden dedicarse a aquello que consideran como bello, valioso o interesante en sí mismo, y se ven obligadas a dedicarse a algo que no les gusta.
Esto es verdad: es el hecho de la alienación, que afecta a toda tarea humana. Pero deberíamos considerarlo como una tragedia.

¿Es eso lo que hacemos? ¿Nos tomamos la alienación como el principal problema a combatir, por ejemplo, mediante la educación? ¿O, más bien, recurrimos demasiado rápidamente a la justificación mediante intereses extrínsecos? ¿Hacemos pedagogía para convencer a las personas de que se entreguen a las cosas que hacen como fines, porque así las harán mejor en todos los sentidos?

Esto nos lleva a otro asunto: ¿en qué consiste hacer bien la tarea de vivir? Si es necesario saber en qué consiste cuidar animales, para hacerlo bien, más necesario es pensar en qué consiste vivir, para hacerlo bien.

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