domingo, 2 de septiembre de 2012

Mujer y Madre, II


¿Qué hay de la Mujer y la Esencia? ¿Tiene esencia la mujer, en cuanto tal?, ¿es parte de su esencia la Maternidad, y la Crianza? ¿Qué relación tendría eso con el Derecho y la Política?, ¿es la maternidad una rémora para las personas que son mujeres?, ¿necesita, la mujer, para conseguir su completa liberación e igualdad cívica, desligarse de la maternidad y la crianza?

Creo que la mayoría de las personas sensatas involucradas en este debate estarían de acuerdo en la respuesta que tengo por básicamente correcta a todas estas preguntas, al menos si las fuesen tomando separadamente:

- sí, seguramente hay una naturaleza femenina, una manera más femenina de hacer las cosas, una psicología femenina. Y eso se nota en todo o casi todo. De modo que una sociedad ginocéntrica o ginárquica (si las mujeres “mandasen”) sería muy diferente, como parece confirmar, por ejemplo, el estudio de sociedades de primates donde eventualmente “gobiernan” las hembras (porque los machos adultos hayan muerto, por ejemplo, y solo queden jóvenes bajo el control de las madres). Es muy descabellado pensar que todo el arquetipo femenino es construido, desde la nada, por una sociedad patriarcal (por otra parte, ¿el propio varón sería, entonces, una construcción?, pero, en ese caso, ¿una construcción de quién?). La sociedad (que también es una entidad natural) puede favorecer más unas predisposiciones naturales que otras, pero no las inventa. Hay hormonas femeninas y masculinas, y un cerebro femenino y masculino (o, más bien, muchos grados de ser entre lo femenino y lo masculino, pero en gracia a la simplicidad, me referiré a solo los dos polos sexuales –que sí creo que existen-);

- sí, seguramente es de la naturaleza femenina una mayor actitud hacia y aptitud para la maternidad, y para la crianza de los primeros años, como ocurre en muchas otras especies animales, especialmente las más cercanas a nosotros. Es muy lógico que las hembras humanas tengan capacidades innatas relacionadas con la cría;

- lo que no quiere decir que una mujer que no geste y críe sea “menos” mujer o se haya realizado menos (porque hay, seguramente, varios rasgos de mujer no necesariamente asociados con la maternidad), y, mucho menos, que no se haya realizado como persona (como no deja de realizarse como persona quien, pese a tener aptitudes naturales para la música, no llega a dedicarse nunca a ella);

- pero, que la maternidad y crianza estén naturalmente más asociadas a la mujer, no debería significar, de ninguna manera ni en ningún sentido, que la mujer tenga ni un solo derecho menos, ni un peso político menor (como de hecho ocurre), ni que, por tanto, en pro del derecho de las personas sea deseable la eliminación de la diferencia sexual, quizás de lo femenino. La maternidad y la crianza no deberían suponer una merma de derecho, como no lo supone (o no debería suponerlo) la pianística o la agricultura;

- lo que, a su vez y sin embargo, no quiere decir que no haya rasgos, asociados habitualmente a lo femenino y lo masculino (rasgos de sumisión, y rasgos de violencia y dominación, respectivamente), que sería deseable mitigar o incluso eliminar (médicamente, si es preciso), si se quiere conseguir una sociedad de personas realmente libres y respetuosas (tal como puede ser deseable mitigar o eliminar la predisposición, insita a casi todo humano, al consumo compulsivo y a la violencia);

- y tampoco, el que el sexo no deba suponer falta de derecho, quiere decir que no habría maneras cualitativamente diferentes de hacer política, siendo unas más femeninas y otras más masculinas;

- la falta de emancipación de ciertos grupos de personas (por sexo, raza, clase, etc.) es, por tanto, contingente, debida a factores políticos (apoyados en factores naturales, sí, pero no necesarios), falta de emancipación que hay que combatir sin combatir la actividad o dedicación asociada a la cual iba la dominación;

- y, por último y sobre todo, el que la mujer esté (si lo está) “naturalmente” asociada a la crianza, tampoco significa que una persona tenga obligación de asumir y realizar en su vida ni la feminidad que le ha tocado en suerte, ni, por tanto, lo que pueda ir asociado esencialmente con ella. Cualquier opción vital, para ser moral, tiene que ser elegida libremente. Contra la naturaleza no deseada, siempre se puede recurrir a la cirugía.

La mayoría sensata, repito, podría estar de acuerdo con estas cosas. En especial, la mayor parte de las y los que somos o creemos ser feministas. Ni las (más de las) feministas de la igualdad quieren decir que la maternidad sea intrínsecamente antiemancipadora (lo que rechazan es la identificación impuesta -de forma que se considere como inauténtica a la mujer que no se entrega a la maternidad-, y la falta de autonomía económica y, por tanto, la dependencia efectiva que en la sociedad actual va asociada a la mujer), ni las feministas de la diferencia pretenden (en general) que toda mujer necesite ser madre para realizarse (lo que rechazan es la demonización política de la maternidad, de manera que resulte que la única forma de ser ciudadana es renunciando a ella y parecerse al varón).

Repetiré un  poco todo lo anterior. Empecemos por el tema de la esencia: “esencia de mujer”, como decía un anuncio publicitario. ¿Hay una naturaleza de la mujer? Creo que es evidente que hay, psicológica y fisiológicamente, rasgos que caracterizan a las mujeres y a los hombres. Hasta dónde lleguen esas diferencias (si afectan a nuestras maneras de pensar y comprender las cosas, o se quedan “más abajo”) es una cuestión interesante. ¿Tienen, las mujeres, por naturaleza, una manera de ver las cosas más pacífica, cuidadosa, “afectiva”, horizontal…, frente a la forma competitiva, jerárquica, “racional”, vertical? ¿"Si las mujeres mandasen, / en vez de mandar los hombres, / serían balsas de aceite, / los pueblos y las naciones", según cantaba la zarzuela? ¿Tiene la mujer, incluso, “otra lógica” diferente a la falogocéntrica?

Quizás sí, o quizás no, o no así. Pero lo importante, para nuestro asunto, es darse cuenta de que, sea o no que las mujeres tienen ciertas características naturales diferenciadoras, y por profundas que estas sean, eso no puede obligar a ninguna mujer o individuo presuntamente mujer, a tener que atenerse a o cumplir con esa presunta naturaleza. La verdadera “naturaleza” de las personas es la libertad, y esta naturaleza no está subordinada a ninguna otra naturaleza, más que a lo que le parezca mejor. Todas las predisposiciones naturales de uno están ahí, además de para ser vividas, para ser cambiadas, si así se quiere. Aceptar que existen naturalezas o predisposiciones propias de este o aquel (tipo de) ente, no es aceptar que sean inamovibles o rígidas: hacemos hipótesis acerca de si este o ese ente participa de este o ese tipo de esencia, y no hay ninguna lógica que lleve desde esto a la obligación de responder a esa esencia. La auténtica esencia de un ser es la que va descubriendo o desenvolviendo activamente. En el caso de un ser racional, el “mandato divino” de conocerse a sí mismo solo puede consistir en descubrirse y hacerse eso mismo, persona (o sea, como racional, según el racionalismo; el voluntarismo sustituirá la racionalidad por la voluntad de voluntad).

¿Entonces, para qué sirven las esencias? Sirven. Aunque la naturaleza está para ir descubriéndola y haciéndola, o para cambiarla si se quiere, es bueno conocer nuestra pre-naturaleza o predisposición natural. Si uno sabe que tiene una predisposición genética o natural a, por ejemplo, la violencia y la competición (como también a la paz y la colaboración), podrá comprenderse mejor y cambiarse más eficazmente. No es inteligente negar lo que existe, y parece que no hay duda de que existen predisposiciones naturales. Pero, además, ¿por qué habrían de ser malas todas, ni la mayoría de, nuestras predisposiciones naturales? Más bien cabe esperar que tengan mucho de buenas, y que vivir conforme a ellas sea una buena manera de vivir, por más que sea deseable pulirlas y adaptarlas. Al fin y al cabo, de alguna manera hay que rellenar a la persona abstracta y racional.

Por tanto, el problema no es que las mujeres, como todo, tengan ciertos rasgos esenciales “por naturaleza”, mientras esos rasgos estén subordinados al supra-rasgo natural que es la libertad. Las feministas de la igualdad acusan de “esencialismo” al feminismo de la diferencia, pero ¿son ellas menos esencialistas? Si rechazan la identificación esencial de la mujer con la maternidad es, al fin y al cabo, porque la identifican esencialmente con la persona política, con el ciudadano. Ciertamente, esta esencia (de ciudadano) es menos densa que la de ser madre, guerrero, etc., pero también es más vacía o formal. No hay muchas cosas concretas que hacer siendo simplemente “ciudadano”.

¿Cuál es, entonces, el problema con la libertad de la mujer y la maternidad? El problema es la asociación, contingente e impuesta (o consentida) políticamente, pero sobre todo injusta, de maternidad y dependencia-subordinación, o lo que es lo mismo, de maternidad y falta de derecho. Todos los que reivindican la igualdad política y jurídica de las personas con independencia de su sexo o género, tienen que estar fundamentalmente interesados en desconectar maternidad y subordinación, no maternidad y mujer.

El feminismo de la igualdad solo necesita rechazar dos cosas:

  • que la maternidad venga socialmente impuesta o inducida a las mujeres (no que haya que rechazar la asociación natural entre mujer y maternidad)
  •  que la maternidad esté socialmente asociada a la dependencia económica (y, por tanto, esencial) respecto de algún otro, es decir, que la maternidad no sea reconocida como una actividad buena, útil, productiva.


El feminismo de la diferencia (sobre todo en su versión radical) necesita una defensa más interesante de la igualdad. Al fin y al cabo, si la mujer es radicalmente otra que el hombre, no debería querer aceptar o adoptar la política del hombre, el derecho del hombre, la sociedad del hombre. ¿Significa eso que no quede ningún aspecto en que quepa reivindicar la igualdad, un aspecto político y jurídico común al hombre y a la mujer? La mejor opción filosófica aquí, creo yo, es el concepto de lo ético-político defendido por Derrida y otros contra-falogoncentristas. Al referirse a la Democracia, Derrida ha hablado siempre de la “democracia por-venir” que es algo que nunca llega ni puede llegar, aunque tampoco es una ideal regulativa a lo kantiano: la Democracia, en sentido radical, es una noción lógicamente imposible, esencialmente aporética, i-lógica, porque supone la aceptación del Otro, del más radicalmente otro (sin ponerle condiciones, de ideología, lengua, sexo, raza… ni de nada), pero, a la vez, otorgándole una absoluta igualdad con uno. ¿Cómo se puede acoger a lo completamente extraño? Sin embargo, solo este acogimiento es un verdadero acogimiento, un don, porque no tiene chiste acoger a nuestro igual (que es acogernos a nosotros mismos –véase, por ejemplo, Políticas de la amistad-). De la misma manera, hay quizás algún lugar sin lugar donde la diferencia sexual permite la i-lógica y puramente ética “igualdad”, o una cierta y radical justicia (si no derecho –que es ya algo racional y, seguramente, falocéntrico-). Yo, personalmente, no me acogería a este discurso de la diferencia radical, pero tampoco al discurso de la igualdad abstracta. De todas formas, dejaré mi opinión al respecto para otra ocasión, porque me interesa ahora resaltar aquello en que muchos o todos podríamos estar de acuerdo, pese a ideologías y filosofías muy distintas.

Hasta ahora no ha habido una auténtica emancipación de las personas con independencia de sus características naturales. La emancipación humana (o lo que llevamos de ella) es de momento solo una emancipación a nivel del ciudadano como mero ciudadano abstracto (a veces parece que solo como contratante o mercader –si no como guerrero-), y apenas ha afectado a la “carnalidad” de las personas. No ha habido, en especial, apenas emancipación en lo doméstico y lo familiar. ¿Es que es “esencialmente” imposible llevar la libertad y el derecho al interior de la familia, porque, como creía Hegel, al ser el reino de lo afectivo, la familia no puede, “por naturaleza”, poseer la libertad cívica? No lo creo. No la ha habido por razones contingentes: por la imperfección de la emancipación humana. Lo doméstico ha sido desatendido por la política moderna ilustrada, asociado a lo prácticamente apolítico. El precio que las madres han tenido que pagar para promocionar políticamente ha sido su enajenación en cuanto mujeres, enajenación fundamentalmente involuntaria e impuesta.

¿Por qué labores como la especulación bursátil, la enseñanza o la fontanería son habitualmente objeto de remuneración, con disposiciones políticas al respecto, pero las “labores domésticas” quedan en el limbo de lo no-cuantificable? ¿Por qué una mujer que quiera dedicarse a la maternidad (que es del interés vital de toda la sociedad) tiene, o bien que depender, económica y por tanto esencialmente, de otras personas (generalmente “su hombre”), o bien tener que simultanear un trabajo con la maternidad y la crianza (lo que es visto, además, como una situación defectuosa, una falta -de marido-?). Las sociedades más avanzadas (los estados del norte de Europa) tienen medidas de cobertura de la maternidad (a veces un año de baja laboral), pero todavía muy insuficientes (y las oligarquías neoliberales no tienen grandes proyectos de mejorar la situación, sin duda).

Como ejemplo de la paradoja (más paradójico aún porque a casi nadie llamó la atención), recuerdo que el gobierno español, hace unos años, estableció una “ayuda” para las madres que trabajaban: ¡para las madres que no tenían trabajo o simplemente trabajaban en casa, no llegaba ninguna ayuda! El patriarcalismo sigue muy enraizado en nuestras mentes. Una mujer que, con todo derecho natural, quiera dedicarse a la maternidad, tiene en contra casi toda la estructura ideológica de la sociedad, y solo tiene “a su favor” a su peor enemigo, es decir, a la Iglesia, que jamás reclamará la independencia económica de la mujer que se dedica a la crianza, porque su idea es que la mujer debe ser siempre sierva del hombre.

6 comentarios:

  1. Estoy bastante de acuerdo con lo que dices, incluidas las dudas. Os sigo la pista sobre el tema, a ti y a tus comentaristas. Gracias, un beso.

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  2. Desconocid@,
    me alegro. Puedes, además de seguirnos la pista, enseñarnos otros senderos cuando te apetezca. Un beso

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  3. Hola guap@s. Es díficil disentir de tanta sensatez. El asunto de la familia me parece especialmente interesante de discutir. ¿Hasta qué punto aceptaría el feminismo de la diferencia (o el pensamiento de la diferncia en general) la "intromisión" del derecho en el ámbito de la crianza y la maternidad (más allá de la mera protección social o económica)? ¿Se aceptarían por ejemplo regulaciones legales en torno a la educación del bebe, las interacciones afectivas madre-hijo, etc. (una regulación que no fuera meramente de mínimos: alimentar, no maltratar, etc.)? ¿Se aceptaría, siquiera, la autoridad científica de pedagogos, psicólogos, pediatras, en la gestión normal de la crianza, por encima de la opinión del saber infuso de la madre? La familia como algo diferente o incluso opuesto no solo al Estado y al ciudadano, sino también a las instituciones científics y educativas, parece un presupuesto de ese tipo de feminismo. ¿Es aceptable esta actitud? ¿Debería respetar una democracia este nivel de otredad (en que la madre puede educar a su cria como le parece --sin matarla, etc.-- en nombre de su predisposición genética)?
    Besos.

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    1. Victor,
      lo que planteas de sumamente interesante. Precisamente lo mejor del pensamiento de la Diferencia (Derrida, a mi juicio) insiste en distinguir radicalmente Derecho de Justicia. Según Derrida, la deconstrucción (es decir, encontrar lo Otro rompiendo siempre la tersura de lo Uno) es la justicia, y es lo distinto (no sé si lo "contrario") al Derecho. En otras palabras, tambień lo Ético va más allá de todo derecho y toda política, y no es cosa del Ágora, sino de la soledad de uno mismo (recomiendo el libro de Derrida Dar (la) muerte). Según eso, quizás habría que deconstruir siempre el concepto de ciudadano, de derecho, etc. En lenguaje feminista esto se traduciría, seguramente ,en reivindicar un ámbito (femenino) más "puro" que el de la política. ¿Puede, una actitud tal, "reivindicar" de alguna manera la igualdad, el derecho, etc.? Desde luego, si puede es de una manera más interesante que la simple homogeneización del Ciudadano, o inclouso La Persona. Yo no seguiría a este pensamiento hasta sus últimas consecuencias (si es que las tiene), pero tampoco aceptaría una concepción abstracta y "racional" (en el mal sentido de la palabra) de lo que es lo humano y la inteligencia (y también de l oque es el vivo, etc). Creo que, en cierto sentido fundamental, la ética está más allá de la política, y que la política necesita estarse alimentando continuamente e intentanto acercarse a las exigencias éticas. Y, salvo si hablamos del cielo, ninguna situación política exhausta lo ético. Por eso, y en ese sentido, soy anarquista.

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  4. Como dice Victor difícil disentir de tus argumentos. No me gusta intervenir para no decir nada, simplemente para elogiar, pero me puede la emoción de escuchar un discurso tan lleno de sentido común y sensibilidad. Veo que hay en tus blogs mucho trabajo, dedicación, amor por lo que haces y generosidad para ofrecerlo al público.
    Gracias Juan.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Mari Carmen. Aunque, más que generosidad para ofrecerlo es "no poder estar callado":)

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