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domingo, 14 de octubre de 2012

Wertíades, o del mérito (diálogo socrático, Parte I)

(El texto completo, aquí)


Querefonte (Q), Sócrates (S), Wertiades (W)


Q.- ¿Sabes quién es aquel hombre de allí, Sócrates?
S.- ¿Aquel que se me parece, al menos visto desde arriba?
Q.- Te juro que no se te parece en nada, Sócrates, como no sea por la parte de abajo, o sea, en que los dos sois calvos. Mira solo sus sandalias…
S.- ¿No tiene, entonces, ese hombre, un pelo de tonto?
Q.- No, desde luego, si hablas como la gente: ¡es el actual ministro de educación! ¿Qué crees que piensa de eso, que tú dices que es tan importante, del educar…?
S.- ¡Ay, malvado, cómo sabes retenerme cuando me pienso retirar a casa! Vamos a verle.
Q.- ¿Estás seguro? ¡Ten presente que es uno de tus queridos tertulianos!
S.- ¿¡Ahora te quieres echar para atrás!? ¡Hasta un tertuliano tiene alma, Querefonte! Veamos que sabe ese hombre.
Q.- Te sigo.

S.- Hola, vecino… ¡Ah, pero si yo te conozco! ¿No eras tú el que a veces, en la palestra y con muy buena voz, opinaba sabiamente de todo, sobre todo del gobierno y de lo justo, con otros de nuestros grandes ciudadanos y opinantes?
W.- Sí, eso era antes. Ahora soy ministro, que es otra cosa muy diferente.
S.- Me lo imagino. Y ¿cómo es que andas por aquí a tan avanzadas horas de la tarde, si me permites que me entrometa y dialogue contigo?
W.- No me molesta que charlemos un rato, al menos si no vas a sacar una pancarta.
S.- Puedes darlo por seguro, como no sea que llames pancartas a las preguntas.
W.- Muy bien. Pues salgo a estas horas porque últimamente son las únicas a las que puedo andar tranquilamente por la calle. Ser político es algo muy duro, porque la gente es muy desagradecida.
S.- Sí, me han contado que algunos ciudadanos, sobre todo profesores y estudiantes, te odian bastante, y creen que te dedicas a destruir todo lo que ellos aprecian.
W.- Tengo que reconocer que estoy tomando medidas que pueden no gustarles a muchos, porque no pueden o no quieren comprenderlas. Pero así es la política: si hacemos caso a lo que diga la gente, estamos apañados.
S.- ¿Cómo dices? ¿No eres tú un demócrata confeso?
W.- ¡Sí, desde luego! Lo que quiero decir es que el político no puede estar al vaivén de las opiniones públicas: una vez que ha sido elegido, debe hacer lo que corresponde.
S.- ¿Lo que corresponde? Seguramente es así…, pero me cuesta entender un punto.
W.- ¿Cuál punto?
S.- Siempre me choca esto que pasa en democracia. Por un lado, los políticos sois aquí representantes de la gente, de la mayoría. Pero, sin embargo, muchas veces la gente está a disgusto con lo que hacéis, incluidos los que os dieron el voto…
W.- Es que las personas no somos siempre coherentes y constantes.
S.- Desde luego. Así que tú, sin atender a su inconstancia, cuando estás en el poder haces lo que corresponde.
W.- Exacto.
S.- Y ¿llamas “hacer lo que corresponde” a hacer lo que prometiste hacer cuando pedías el voto en el ágora?
W.- Sí, eso, en principio. Pero ten en cuenta que la realidad, sobre todo la humana, no resulta siempre previsible, y a veces…
Q.- …se ve uno obligado a hacer todo lo contrario de lo que prometió, ¿¡tendrá valor!?
W.- Puede parecer un chiste, pero así es.
S.- No me parece chistoso, amigo, me parece admirable que los políticos seáis los únicos, o unos de los pocos ciudadanos que, en su trabajo, se pueden limitar a hacer promesas, a diferencia de los zapateros o curtidores, por ejemplo, que se ven obligados a hacer contratos; y que, por si eso fuera poco, podáis incumplir lo prometido.
W.- Los políticos no incumplen lo prometido, al menos los honestos, más que cuando las circunstancias lo impiden.
Q.- ¡Pues pedid opinión a la gente, cuando las circunstancias os impiden hacer lo que prometisteis!
W.- Eso es demagogia, muchacho.
S.- ¡Hay que tener mucho cuidado con la demagogia, no sea que acabe siendo indistinguible de la democracia! ¿Por qué dices que es demagogia lo que ha dicho Querefonte, y no añades nada más: un razonamiento, por ejemplo?
W.- Es demagogia porque todo el mundo sabe eso, que el gobernante puede encontrarse ante imprevistos, y entonces actuará de manera acorde con sus ideas, que el que le votó conoce bien, o debería conocer.
Q.- ¡Pero si estáis haciendo justo lo contrario en todo, y además era más que previsible que lo haríais, y que mentíais al prometer lo que prometíais! ¡Quién habla de demagogia!
S.- Bueno, Querefonte, hemos prometido a este hombre no sacar aquí una pancarta. Amigo, las pancartas de Querefonte las sujeta el solo. Yo prefiero informarme sinceramente de lo que sinceramente piensas.
W.- Pues habla tú, y a ver si el jovenzuelo se calla su rebeldía inmadura.
S.- Sigo, entonces, por donde íbamos. Yo te repito que encuentro admirable que el cumplimiento de vuestros compromisos dependa, como acabas de decir, de la honestidad del político, y no de la ley. Pero dejemos eso. Así que crees tú que la gente te eligió consciente de lo que ibas a hacer, y ahora deberían comprender que, si no haces exactamente eso, sino algo muy diferente, es porque las circunstancias lo mandan, ¿no es eso?
W.- La verdad es que no sé con cuanta conciencia “me” votó la gente, porque no hay exámenes de conciencia (y no olvides, aunque esto no importa, que no sabían que yo iba a ser el ministro)… Bien sabes, además, que se vota muchas cosas juntas. Así es por necesidad…
Q.- ¡Y dale con la necesidad!
W.- …pero, en general, cualquiera podía hacerse idea de lo que pensábamos hacer…
Q.- ¡Es que eso, Sócrates, no es verdad! ¿Quién sabía que iba a volverse cuatro veces más caro estudiar, por ejemplo? ¿Crees que muchos de los pobres que les han dado el voto, lo hubieran hecho de saber cosas como esa?
S.- Vamos a ver, Querefonte: ¿no decías hace un momento que todo el mundo sabía lo que iban a hacer y que era evidente que mentían al prometer lo que prometían? ¿Cómo dices ahora que nadie sabía que iban a hacer lo que están haciendo?
Q.- Sócrates, en verdad la mayoría ignorante no sabía que mentían, porque, lamentablemente, no dejan de dar crédito a estos políticos, por más que les mienten una vez detrás de otra; pero cualquiera con un mínimo de conocimiento podía saber que mentían por los codos, con tal de llegar al poder.
S.- Bueno, Querefonte, pero la democracia no es solo para los sabios, ¿no? Este hombre tiene al menos razón en que, cuando uno vota a un partido, debería saber cuáles son las principales ideas de ese partido. Por ejemplo, el partido liberal y tradicionalista al que él pertenece, y que ha ganado el poder con muchos votos, nunca ha ocultado que piensa que cada uno debería pagarse sus cosas y rechazan que se explote a los ricos… ¿No debería la gente informarse antes de votar?
Q.- ¡Debería!
W.- Eso es, Sócrates, nadie puede llevarse a engaño. Por otra parte, tampoco pienses que la mayoría está protestando. Realmente se trata de muy pocos, que hacen mucho ruido. Incluso demasiado pocos, diría yo, si se tiene en cuenta la dureza de nuestras medidas. La inmensa mayoría sigue haciendo su vida.
Q.- ¡Haciendo su vida! ¡Menos los que apenas tienen para sobrevivir!
S.- ¿Son muy duras, dices, las medidas que estás o estáis tomando?
W.- Lo son, algunas. Pero son necesarias. Y son más duras porque no se han tomado antes. Por eso pocos las contestan. Y, en lo que se refiere a mi ministerio, creo que menos las contestarían aún si yo no fuese tan suelto de lengua, todo sea dicho: es que no me acostumbro a la demagogia que hay que usar en la política, y hablo como si estuviese diciendo lo que creo.
Q.- En eso lleva razón: ¡este miente diciendo la verdad!
S.- ¡Querefonte!
W.- Todo en el mundo sabe, en el fondo, que esto, aunque duela, será para mejor.
S.- Es importante que un ministro se crea lo que hace, desde luego.
Q.- Pero, Sócrates, no es muy bueno que uno se lo crea, si (perdona que lo diga así) es un auténtico loco, ¿no? Mucha gente, y sobre todo muchos que saben de educación, dicen que lo que está haciendo este hombre y su equipo de… “consejeros”, supone la muerte de la enseñanza pública, es decir, la de todos los ciudadanos, pobres o ricos.
S.- Pero, Querefonte, ¿y si esa gente está equivocada? ¿No habrá otros expertos, que será a los que hace caso este hombre? ¿Tú, buen hombre, crees que hay expertos en eso, en la educación?
W.- Depende. Sí los hay, pero no son casi ninguno de los que dicen serlo. Porque todos esos son, realmente, políticos del partido contrario, que se han ido haciendo con las cátedras de esas… “ciencias”, la pedagogía y similares.
S.- Por tanto, tú escuchas a otros expertos que no son los expertos que la democracia ha puesto en las escuelas superiores... ¡Tendremos que recurrir a unos expertos que habiten más arriba, y que nos digan cuál de los dos es el grupo de auténticos expertos, si es que lo es alguno! Pero, Querefonte, ¿no crees que sería mejor que nos explicase él mismo, ya que lo tenemos aquí, por qué cree que es bueno lo que hace?
Q.- Desde luego.
S.- ¿Puedes explicar, amigo, por qué lo crees? ¿Qué es lo que has dispuesto?
W.- Desde luego. Es sabido por todo el mundo que la educación, en nuestra nación, no tiene nada de buena. En los exámenes Panhelénicos de Investigación de la Sagacidad Alcanzada, salimos siempre malparados.
Q.- Sócrates, eso tampoco es verdad: ten en cuenta que no hace tanto estábamos bajo una tiranía, con la escuela dominada por sacerdotes. Desde entonces no hemos hecho más que mejorar, a pesar de que hemos alargado la etapa de educación hasta incluir los muchachos de dieciséis años, incluidos los de extramuros, los metecos y los esclavos. Y nuestros jóvenes son ahora apreciados en todo el mundo, por su alta preparación. Tampoco, por más que digan nuestros carcamales, hemos dado nunca una imagen ética tan alta como con nuestros jóvenes. Mirando simplemente en el deporte, si antes nos tenían por tramposos y marrulleros, nuestros muchachos olímpicos son hoy considerados modelos de deportividad en todo el mundo habitado.
S.- Bueno, Querefonte, deja que termine él su argumento…
W.- Hemos mejorado, cierto, pero mucho menos de lo que debíamos. En cualquier caso, siempre hay que mirar hacia delante…
Q.- ¿¡Y eso lo dice este hombre!?
S.- Querefonte, no le interrumpas, te lo ruego: no veo el momento de escuchar sus razones.
W.- Nuestras medidas solo quieren que seamos mejores, Sócrates, que cosechemos mejores resultados. ¿En qué ideas nos basamos (ya que a vosotros os gustan las ideas)? Bien: pensamos que nada en esta vida se consigue sin esfuerzo y sin reto. Y precisamente esa es la peor herencia que nos deja el otro partido, cuando ha gobernado: nos quieren hacer creer que todo el mundo sirve para todo, y que todo se consigue sin esforzarse, con buenas palabras y caricias solamente. Ven mal que se reconozca el mérito del que lo hace bien, como si eso fuese un ataque al que lo hace mal. En una palabra, se olvidan de la libertad, la responsabilidad y el mérito del individuo. El resultado es que los niños tienden a hacer siempre lo menos posible y a desestimar a quienes les pretenden enseñar, ya que ¿por qué habría de esforzarme, si me lo van a dar todo gratis? Por eso, nos oponemos a que se obligue a todos a seguir el mismo camino y no se permita a los padres dar a los hijos otra educación, donde no se sacralice la pereza. La mejor manera de cambiar esto es exigiendo a los colegios que obtengan buenos resultados, lo mismo que a los niños. Es lo que les exigimos, en sociedad, a todos los ciudadanos. ¿Por qué en la escuela habría de ser diferente (siendo como es una preparación para la vida en sociedad) y habríamos de premiar la desidia y andar re-igualando siempre al peor, rebajando así al bueno?
S.- Está claro, amigo, lo que piensas. Oyéndote me sorprende haber oído contar que en otros momentos dices que las medidas que tomas no tienen nada de “ideología”, sino que son simples necesidades técnicas, como quien apaña una máquina desengrasada.
W.- Bueno, esa es otra de las veces en que hablo de más, sin tacto político. ¡Claro que hay ideas en lo que hacemos! Aunque también es verdad que algunas medidas son obligadas por la maltrecha economía, y las haría así el otro partido.
S.- Muy bien. Interesa discutir, creo yo, las que, incluso tú mismo admites que podríamos hacer de otra manera…
Q.- ¡Todo se podría hacer de otra manera! Estos hacen pasar por necesarios sus gustos.
S.- Porque estarás de acuerdo conmigo en que nada hay más noble que educar a nuestros ciudadanos más pequeños…
W.- Cierto.
S.- Está bien. ¿Quieres que dejemos ahora hablar a Querefonte, un poco como si fuese la voz de esos pocos que echan pestes de lo que quieres hacer en tu gobierno? Así, además, quizás consigamos que se desahogue y desista de sus rebeldías y sus pancartas.
W.- Que hable. Aunque, no te ofendas, pero con esa pinta antisocial y anarquista, me puedo imaginar lo que va a decir.
S.- Muy bien. Entonces te habrás imaginado ya qué puedes contestar a sus argumentos, además de ponerle epítetos, ¿no es así?
W.- Tienes razón. Que hable.
Q.- Sócrates, me limitaré a ponerte dos o tres ejemplos de la ley que están queriendo aprobar estos, y tú mismo lo podrás valorar, sin que yo dé mi opinión anarquista. Por ejemplo: como ya he dicho, ahora cuesta mucho más estudiar que el año pasado (y eso que ya era un escándalo que uno tuviese que pagarse sus estudios), y las ayudas que daba el estado se han reducido enormemente, y se exige una nota muy alta para obtenerla. Es indudable que todas las familias tendrán que dedicar mucho más dinero a los estudios, porque el estado no los paga íntegros, como debería hacerse si se habla de educación pública y gratuita, y como de hecho hacen, por ejemplo, en algunos países boreales. Una segunda cosa: los padres, que antes votaban en el consejo de las escuelas, ya solo tendrán voz, pero no voto. No hay duda de que será el director del colegio, nombrado por los superiores, el que tomará todas las decisiones, lo que no parece lo más democrático del mundo. Una tercera cosa: se aumentará las horas dedicadas a la lengua y la ciencia (que son las cosas que mide el informe panhelénico al que se refería el ministro antes), pero se dejan en nada o casi nada otras cosas como la pintura, la música, por no hablar de lo que es tu asunto preferido de discusión (me refiero al de lo Bueno y lo Justo) puesto que desaparece el único curso en que se veía un poco de eso (apenas dos horas a la semana). Eso sí, la catequesis religiosa para los que la deseen (con castigo para los que no) sigue todos los cursos, una o dos horas cada uno. Y te contaré una cosa más (por parar en algún lado): los resultados de los que hablaba el ministro antes, se medirán con exámenes puntuales cada cierto tiempo, en que los niños y adolescentes tendrán que contestar, de una sola vez, unas preguntas acerca de todo lo que han venido estudiando esos últimos años. Los profesores los tendrán todo el año entrenando para esa prueba. ¿Eso es educarse? No aparece por ningún sitio lo que se refiere a todo eso en lo que insistes una y otra vez, Sócrates, a la educación de una persona como persona, al “conócete a ti mismo” que nos manda Apolo, a la idea de que al que hace el mal hay que enseñarle lo que está bien, y que todo el mundo hace lo que cree mejor, de manera que, en lugar de culpar y condenar debemos comprender y enseñar…
S.- ¡Que terribles cosas dices, Querefonte, tirando de mi corazoncito como sabes hacer! ¿Estás de acuerdo tú, amigo, con la descripción que hace este joven?
W.- Si quitas la interpretación que, subrepticiamente, nos ha ido haciendo de paso, sí hay bastante de verdad en lo que dice. Pero todo eso hay que verlo de una manera muy diferente a como lo ven todos estos enemigos de la excelencia.
S.- Por ejemplo, empecemos, como hace él, si no recuerdo mal, por eso de que estudiar no le salga gratis a uno.
W.- Eso se refiere solo a los estudios superiores…
Q.- ¡Falso!: los padres del más pequeño de los niños se tienen que gastar mucho dinero en libros y demás materiales (hasta el punto de que este ministro ha llegado a recomendarles que los copien ilegalmente); y, si viven en las aldeas, muchos tienen que pagarse el transporte. Comer en el colegio les cuesta unos cinco dracmas (mientras que, Sócrates, no te pierdas esto: los políticos que trabajan en la Asamblea de Atenas, comen un menú mucho mejor por menos dinero, subvencionados por el erario público). Ten en cuenta que muchas personas están ahora sin trabajo, viviendo de los abuelos, por ejemplo, porque nuestros ricos se han llevado el dinero a Esparta o Corinto, y nos hacen pagar a los ciudadanos de abajo la deuda que los grandes han contraído.
W.- Algunas de esas cosas se deben a la situación que vivimos: no podemos permitirnos pagarlo todo.
S.- Pero, amigo, ¿en qué puesto habéis colocado este asunto? Porque no hace falta ser Linceo para ver que no habéis suprimido otros gastos de los que es muy difícil creer que están por encima de la educación… ¿No crees que solo estaría justificado que los atenienses pagasen un óbolo en material escolar si antes se había dejado de pagar cualquier otra cosa?
W.- Lo que pasa es que el de educación es un gasto enorme, junto con el de la salud; y aun suprimiendo todo lo demás, no se podría costearlo todo.
Q.- Ni se ha intentado siquiera. Sin embargo, se ha dedicado una inmensa fortuna en salvar a los prestamistas endeudados por especular codiciosamente…
W.- Todos han especulado. También los pobres, a los que ahora vosotros hacéis pasar por víctimas.
S.- Cuesta creer que se ha hecho todo lo posible. Pero dime: ¿no has dicho que los estudios “superiores”, como los llamas, sí han subido de precio, quizás por ideas y no tanto por necesidad?
W.- Aquí te diré una de esas cosas que no gustan a los espíritus blandos y pánfilos, Sócrates: y es que se nos ha dado a entender, en los años anteriores, que todo el mundo tiene que estudiar, y ser un doctor en alguna cosa, aunque no valga para ello. Pero (tristemente si quieres) no todos servimos para lo mismo, ni mucho menos servimos todos para todo. Es estúpido que estemos pagando maestros a jóvenes que no pueden ni quieren estudiar, pero sueñan con ser dueños de un título honorable.
Q.- ¡Demagogia pura!
S.- ¿Dices, entonces, que habéis pensado seleccionar más quiénes estudiarán y quiénes no?
W.- Así es: se trata solamente de dirigir a cada uno hacia aquello para lo que es más adecuado. Es mejor que en las aulas superiores haya pocas personas, pero que realmente lo merezcan, antes que una masa bulliciosa y aburrida de todo, teniendo en cuenta que ni hay dinero en las arcas del estado para pagar cualquier cosa, ni tienen los demás ciudadanos por qué trabajar para los que no lo merecen, ¿no te parece?
S.- Sí, desde luego, mejor que estudien los que valen. Significa eso que solo tendréis en cuenta las capacidades que uno demuestre tener, para dejarle que llegue a las aulas superiores, ¿no?
W.- Exacto: se ayudará a estudiar a quienes lo merezcan, no a cualquiera. Si a eso quieres llamarlo elitismo…
S.- ¿Qué tienes que oponerle a este elitismo, Querefonte?
Q.- ¿Me tomas por tonto, Sócrates? ¿Es que no lo has oído bien? ¿No ves que lo que está diciendo este hombre es que quienes tengan suficiente dinero en casa, sí podrán tirarse hasta el momento de su jubilación en la escuela superior, pagada en parte por todos los ciudadanos?
S.- ¿¡Cómo dices!? Desmiénteme esto, amigo: ¿no vais, acaso, a impedir que llegue allí, a las aulas de más arriba, quien tenga dinero para pagarlo pero no sea un ápice más inteligente que el primero que se quedará a la puerta?
W.- Con su dinero uno puede hacer lo que quiera, ¿no?
S.- ¿Estás seguro de lo que decías antes: que no tienes soltura con eso de la demagogia política?
W.- ¿Por qué dices eso?
S.- ¿Me dices, por una parte, que solo van a estudiar los que lo merezcan, y por otra que solo van estudiar los que lo merezcan más los que se lo puedan pagar? ¿Ves compatibles ambas cosas, y solo a mi mente, no apta quizás para la alta política, le parece un insulto a la razón? Veamos entonces: imagina que Calias no es mal estudiante, aunque quizás no es un genio. Aristodemo anda con las mismas luces, pero, mientras que la familia de Calias se las ve y se las desea para comer todos los días, Aristodemo siempre luce mantos nuevos. ¿Es difícil suponer que Calias quizás no estudie, pero Aristodemo sí, aunque ambos se lo merezcan lo mismo? ¿Entiendes lo que te pregunto?
Q.- Y no pierdas de vista, Sócrates, que al entrar mucho burro rico, dejará sin sitio a otros que lo merecerían, por puro merecimiento, mucho más que él.
W.- Pues si el padre del segundo quiere gastar su dinero en un burro, allá él. ¿Tiene que hacer el estado lo mismo?
S.- ¡Bendito hombre!, ¡resulta que es una suerte para Calias y sus padres ser pobres, puesto que así no caen en la tentación de doctorar a un bo… rico! Pero, ¿qué crees que gana Atenas, amigo, si de una manera o de otra, es decir, con la ayuda de su padre rico, Aristodemo llega muy alto entre nosotros, y Calias se queda abajo? ¿Ganaremos, por ejemplo, en justicia, o en felicidad? ¿No crees que habrá desigualdad en nuestra ciudad, pues dos personas igual de meritorias tendrán cosas distintas, por culpa de la administración política; y que, en consecuencia, todo andará peor, desperdiciando la poca inteligencia que los dioses nos dan en dote a los atenienses?
W.- Cierta desigualdad habrá, siempre, pero así son las cosas: la desigualdad es natural, y por tanto no puede ser mala. Porque no podemos impedirle a su padre gastárselo.
S.- No, amigo, así no son las cosas: así permitimos que sean. Y tan natural como la injusticia y la desigualdad injusta, es que se luche contra ello. Porque no solemos creer que a la cárcel tengan que ir quienes lo merecen excepto los que tienen dinero para evitarlo, o al menos no hemos llevado la política a tan alto nivel de sinceridad como para reconocerlo… ¿O tú sí crees algo así, que la justicia no es igual para todos?
W.- No, claro.
Q.- No sé si lo cree, pero los estafadores multimillonarios andan libres, con la connivencia del gobierno, y en cambio cada día apresan y muelen a palos a los que lo denuncian en la calle.
S.- Respóndeme, te lo ruego, amigo: si estás interesado en que solo estudien los mejores, los que por naturaleza y no por ninguna otra razón arbitraria se lo merecen, ¿no deberías preocuparte de que a ninguno le falte de nada, mientras estudia? Sin embargo, cuando das ayudas sin tener en cuenta, aunque sea en un ápice, lo rica o pobre que es la familia, no estás haciendo ninguna justicia e igualdad, sino al contrario, favoreciendo a los ricos, aunque sean estúpidos. Por tanto, en eso no puedes negar que eres, como se dice, del partido de los ricos y poderosos.
W.- También los ricos lo son por algo…
S.- De eso hablaremos luego, si te parece. Antes, dime: ¿cómo podemos averiguar, si es que tenemos la intención de hacerlo, quiénes son los que por naturaleza han nacido más aptos para ser médicos, músicos, políticos o zapateros? Empieza por aquí, si quieres: ¿tienes alguna explicación de por qué los niños que vienen de los arrabales acaban resultando ser, en su mayoría, unos asnos, reacios a estudiar y malhablados, mientras que, por lo general, los que vienen del barrio alto, son lo que casi cualquier maestro recién salido del horno desearía? ¿Niegas este hecho?
W.- No, es un hecho.
S.- Bien, pero, dirás, hay que interpretarlo, ¿no es así? Y, ¿qué interpretación podríamos darle? A ver esta: los criadores de perros saben perfectamente que tienen muchas probabilidades de tener un buen perro si cruzan a un macho y una hembra de gran calidad. Y lo mismo puede decirse de los caballos, y hasta de las plantas. ¿Puede ser que también entre los animales bípedos y estrafalarios que somos, las buenas cualidades y las malas circulen por los flujos vitales de padre y madre? Eso explicaría que, de padres inferiores, que no han sabido llegar muy alto, suelan salir hijos semejantes. ¿Crees eso?
Q.- No puede ser tan estúpido…
W.- No, no creo eso, al menos como explicación única.
S.- Porque realmente es fácil ver que no puede ser así: porque, por poner un ejemplo entre cien mil otras razones, cuando familias ricas han adoptado o robado un hijo de clases inferiores, por lo general esos niños han crecido siendo indistinguibles, en capacidad, de sus hijos naturales. Así que es más sensato pensar que lo que nos hace definitivamente desarrollar la inteligencia y otras dotes que traigamos, no viene principalmente en el semen, sino que viene de las circunstancias que, después del nacimiento, se encuentra uno y otro, ¿no es así?
W.- Así sea.
S.- Lo que no quiere decir que no haya, seguramente, unas naturalezas mejores que otras, por su constitución propia…
W.- Desde luego.
S.- …sino que necesitan, como las plantas, un terreno y sol y agua adecuados, de modo que, si una planta cuenta con lo necesario, aunque sea algo enclenque, crecerá, mientras que la falta de agua puede matar o dejar raquítica a una semilla mejor. Siendo así, ¿no se sigue que, si estamos verdaderamente interesados en permitir que las mejores naturalezas lleguen lo más lejos posible, tanto por justicia como por el interés de todos, tenemos que intentar que en nada influyan las circunstancias en que a uno le ha tocado nacer y crecer?
W.- Eso parece seguirse…
S.- Porque no hay quien pueda decir: “este muchacho puede o quiere más que aquel” si no conocemos en qué circunstancias ha llegado hasta aquí, ¿no? Porque, si fuese así, que las personas pueden evadirse de sus circunstancias, no se daría eso que has reconocido que es un hecho, que los hijos de los herreros no suelen acabar de ministros de educación o siquiera de abogados, ni los hijos de los prestamistas o los jueces suelen acabar golpeando en la fragua…
Q.- Salvo en los últimos años, que sucedía un poco más lo primero, bajo las leyes igualitarias que este desprecia: como es mi propio caso, Sócrates, y el de algunos de mis amigos, que, siendo de familias analfabetas, somos licenciados y doctores.
W.- En paro…
S.- Entonces, ¿no te parece demagogia de primera clase calificar a los niños de buenos o malos para esto o aquello, sin haber hecho nada por librarlos de lo que, para mal, los rodea? ¿No dices tú creer en la igualdad de oportunidades?
W.- Sí.
S.- ¿Y tiene verdadera igualdad de oportunidades el hijo de una familia cómoda y el que no? Contesta, si te place, porque puedes contestar lo que te parezca.
W.- Las mismas oportunidades no tiene, pero hay un elemento muy importante en cada uno de nosotros, que puede llevar a superar esas injusticias.
S.- Injusticias que los políticos no van a corregir, sino a ahondar, ¿no es eso? Porque ¿no es lógico que esa injusticia de que dos personas no puedan desenvolver sus capacidades con igualdad de oportunidades, se trasmitirá de padres a hijos, y tenderá a perpetuarse, siendo los favorecidos precisamente quienes saben escribir, y los desfavorecidos cada vez más ignorantes de lo político y de sus propios derechos?
Q.- No te contestará, Sócrates, porque en realidad cree que eso está bien.
S.- ¿No se deduce, por tanto, que mientras haya desigualdad en las oportunidades, mientras unos niños vivan en entornos peores, no podrás jamás decir que tal o cual resultó ser más capaz o hizo méritos para tal o cual cosa, este para ir a las aulas de arriba y este para ir hacia abajo, por lo general siguiendo pasos parecidos a los de sus progenitores, sino que se está perpetuando la diferencia de estos (de sus padres), cargándolas sobre los hijos; y que quien realmente quiera (y no lo diga solo de palabra) dar igualdad de oportunidades a todos, tiene, no solo que proveer a todos de la misma educación, sino compensar del todo la desigualdad? Porque no me parece que sea un sano elitismo lo que alimentas así, sino otra cosa muy diferente, que se llama oligarquía, o tiranía de unos pocos poderosos (si es que es verdadero poder el que tienen).
Q.- Precisamente por eso sueña con escuelas diferentes, unas para hijos de las familias nobles y otras para metecos y familias pobres en general. Y dentro de los propios colegios le gustaría ver la misma separación. Así que este usa la palabra igualdad en el tiempo de las promesas…
W.- ¡No digas tantas tonterías! Lo que queremos es que los padres sean libres para elegir la escuela que quieren para sus hijos.
S.- ¿Es la libertad de los padres lo que persigues, entonces?
W.- Entre otras cosas, sí.
Q.- ¡Claro, por eso ha decidido que el consejo escolar, donde los padres y los estudiantes tenían cierta fuerza, aunque mucha menor que la de los profesores y el director, se convierta en mero órgano consultivo, sin ningún voto! ¡Muy democrático!
W.- ¿Tampoco te parece bien que los padres no puedan entrometerse en el funcionamiento de la escuela, de lo que no saben nada, sino que suelen actuar en defensa de sus hijos?
S.- Pero, amigo, ¿cómo es que los padres saben tanto como para que, según tú, deban gozar de la libertad de elegir qué escuela, sea de la secta que sea, educará a sus crías, y en cambio son tan ignorantes como para no participar en el gobierno de la escuela?
W.- Cómo funcione mejor la escuela es algo técnico, en lo que solo deben decidir los que saben…
Q.- Sí, los directores que nombrará a dedo el político, sin pasar ninguna oposición…
W.- …y los padres deben limitarse a decidir qué tipo de escuela quieren.
S.- Creo que esa es una muestra más de tu extraño concepto de democracia, en que uno participa una vez… Me temo que tampoco los padres tendrán nada que denunciar si el colegio no resulta cumplir las promesas de la publicidad con la que competirán entre sí para ganarse niños…
Q.- No lo has podido definir mejor, Sócrates, será una competición, como la de los mercaderes en el mercado, gritando mentiras para que compres.
S.- Pero lo más importante, a mi parecer, es lo que hemos concluido antes, si es que lo aceptas: que no garantizas sino que destruyes la igualdad de oportunidades que predica la democracia, si consientes que el dinero de los padres influya en las posibilidades de los hijos, y que eliminas así el propio concepto que más estimas, el de mérito.
W.- Es que tal como lo pintas (que en cierto modo tiene sentido) se seguiría que los padres no tienen derecho a trasmitir a sus hijos lo que han ganado con sus méritos. ¿Si yo he ganado, honestamente, más que tú, no tengo derecho a proteger más a mi hijo que al tuyo?
S.- Vamos a ver qué es lo que quieres sostener, hombre de Dios, y no vayas y vuelvas como un columpio: ¿quieres que el estado proteja el mérito de cada uno, de manera que las desigualdades entre las labores y posesiones de los ciudadanos no se deban más que a su mérito, o crees otra cosa? Aunque te resistes, creo que quieres contestar que piensas que cada uno debe tener lo que se merece, porque esa es tu idea de justicia, ¿no es así? Bueno, me conformo con que asientas con la cabeza. Y ahora explícame si crees que el mérito se puede traspasar de una persona a otra, como se trasvasa el vino de la crátera a la copa, o bien es algo totalmente intransferible, que solo le pertenece a uno. Lo segundo, ¿no es así? Daré por un asentimiento ese gesto. Entonces, ¿cómo puedes admitir que sea de justicia que los padres influyan, con sus méritos, en los méritos de sus hijos? ¿A ver si va a suceder que, en el fondo, tú no crees en el mérito, ni eres demócrata siquiera?
W.- Claro que soy demócrata, aunque tenga alguna idea confusa.
S.- Pero la democracia, tal como la entiendo yo según he oído siempre, significa que todos los individuos, tomados uno a uno (y no con el lastre de padres y abuelos) tienen los mismos derechos y valen, en principio, lo mismo. En cambio, tú me estás dando a entender (corrígeme si me equivoco) que piensas que el estado debe proteger, no el derecho de los individuos, sino el de las familias, como sucedía en la época de la que nos habla Homero.
W.- ¿Qué padre aceptará que su hijo tenga que ir como todos, pudiendo él ayudarle?
S.- Los padres más democráticos. ¿Crees que los padres quieren lo mejor para sus hijos?
W.- Por supuesto.
S.- Y ¿crees que lo mejor para uno es que él sea el único dueño de sus actos y merecedor de lo que tiene?
W.- Sí.
S.- Luego, el padre quiere necesariamente que su hijo no vea ensuciados sus méritos propios por las inmerecidas asistencias que le dé su padre. Imagina una carrera de jóvenes, en la que un padre va ayudando, con empujones o como sea, a que su hijo llegue antes a la meta, ¿te parece bonito?
W.- Lo que dices es así, en abstracto, y quizás sería así en un mundo perfecto. Pero los humanos tenemos también sentimientos, y ningún padre permitirá que su hijo no tenga lo que pide si él puede dárselo.
Q.- ¡Pero si eso es lo que este hombre llama otras veces malcriarlo!
S.- Amigo, los políticos no están para alimentar los sentimientos de la gente cuando estos arrastran a la injusticia. ¿O legislará el legislador penal atendiendo al sentimiento de venganza que desea la víctima de un delito?
W.- En parte, así se hace.
S.- Desde luego, pero es esa parte que todos sabemos que debemos mejorar. Así que, si quieres conseguir la verdadera igualdad de oportunidades entre los individuos, y no que los méritos mueran con el primer padre y los descendientes vivan de las rentas, tienes que procurar que ningún niño sufra las consecuencias de la buena o mala cabeza de sus padres… si es que la propia situación de sus padres se debe a sus méritos, y no heredaron ya la injusticia desde los primeros padres, porque cualquiera que conozca nuestra historia sabe que nunca hubo una democracia perfecta aquí, en Atenas. De manera que es imposible decir hoy que los que tienen conocimientos y posesiones son los que lo merecen.
Q.- Perfectamente dicho, Sócrates.
S.- Sin embargo, amigo, tengo que decir que todo lo anterior me parece una minucia, comparado con lo que quiero que me expliques: me refiero a eso de qué es bueno para cada uno y qué es lo que le corresponde o, como dices tú, merece… 


(continuará)

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