jueves, 28 de marzo de 2013

Reflexiones sobre opresión y educación


Dice Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido, que el opresor está instalado dentro del propio oprimido, quien, si es nombrado capataz, se comporta con tanta o más violencia aún que la que padeció; por eso, razona, es necesario un trabajo de educación que delate la estructura opresora en la mente misma del que la sufre. Estoy de acuerdo. Dice, también, que la revolución solo puede concebirse en (no para) el oprimido, porque el que ocupa un lugar de beneficio (el “opresor”) no tiene motivos para cambiar la situación. Es el oprimido el que, escindido, sufre la opresión en sí mismo, y solo él está en condiciones de anhelar la justicia. En esto (si le he entendido bien) tengo dudas: creo que la vida de un opresor no es menos dura que la del oprimido, sino quizás más, aunque (o, habría que decir, “porque”) lo es, no en el sentido material, sino en el de la dignidad: el oprimido nunca es indigno por serlo, pero quizás el opresor sí lo es por el mero hecho de ser opresor. Y también creo que hay que llamar la atención sobre esto: no es solo que uno tenga dentro al opresor y al oprimido, sino que, igualmente hacia afuera, todo el mundo es en alguna medida ambas cosas, aunque esto no puede disimular de ninguna manera el hecho de que hay explotadores y explotados, y que las distancias entre ellos son, también en general, escandalosamente enormes.

Al luchar o lamentarse contra la opresión, es muy difícil evitar la tentación de confundir al opresor con el individuo que está arriba y no verlo en cada uno de nosotros. La urgencia no quiere saber nada de discursos que puedan ser o siquiera parecer una dis-culpa para el beneficiado (material) por la injusticia. También esto se confunde con la anulación del problema. Pero es un gran error, dos grandes errores. Si no nos damos cuenta de que la opresión es (como todo por otra parte) una Idea o entramado de ideas, y no unas personas ni unos individuos, no entendemos nada, caemos en injusticia y no solucionamos o nos ponemos en vías de solucionar el problema.

Entre los defensores más convencionales o populares de los oprimidos se oye la denuncia de que unos cuantos malvados explotan a la gran masa inocente. Exagerando (y los discursos revolucionarios sufren la tan lógica como perniciosa tentación de simplificar), hay una famélica legión, buena e inocente, oprimida por unos cuantos seres casi diabólicos y muy inteligentes. Se obvia que cada individuo de esa masa de oprimidos se comporta, en aquel ámbito al que tiene acceso, igual que los malvados opresores, y que su relativamente mayor condición de oprimido (más que de opresor) no se debe tanto a su entereza moral como a la falta de oportunidades para estar donde está su opresor. Cuando uno recuerda esto, se nos responde que eso se debe a que los oprimidos han sido “educados” o “adoctrinados” así. Pero ¿no habrán sido educados para lo mismo aquellos que hacen lo mismo aunque en posiciones más altas de la pirámide? ¿Quién es el malvado que nos ha enseñado a todos a vivir beneficiándonos de la injusticia?

Por su parte, los voceros de la aristocracia caen en el (mismo) error de justificar la situación opresora como resultado de culpas y méritos. Olvidan (hacen como que olvidan) que si sus defendidos ocupan el lugar de explotadores materiales de otros, se debe a contingencias que nada tienen que ver con sus características individuales. Lo que los defensores convencionales de los oprimidos interpretan como culpa de los opresores, estos lo interpretan como méritos suyos, y cargan la culpa sobre la vagancia e impericia de aquellos. Ambos piensan que es cuestión de culpas y méritos; y ambos creen que ser del bando de los opresores equivale a salir beneficiado.

Cuando confundimos el sistema ideológico opresor (que está, como la Gramática, en todos y cada uno) con individuos o personas (opresores y oprimidos, canallas y víctimas inocentes, malos y buenos), cerramos el paso a la solución educativa (o sea, a la solución, simplemente), y dejamos abierto solo el de los juicios morales, el de culpas y castigos merecidos. Responsabilizamos a uno de su situación o de su posición, de opresor (o de oprimido), aunque sabemos perfectamente que el otro es muy como yo, y yo estaría haciendo o padeciendo lo que padece o hace él, si las circunstancias me hubieran colocado en los sitios donde él ha estado. La Educación moral y política solo es posible si se parte del supuesto de que las personas, aunque encarnan ideas de injusticia, no lo hacen sustantivamente, sino que pueden cambiar de manera de ver el mundo. Se trata de delatar la opresión en el alma de todos y cada uno, aunque, por supuesto, los “beneficiarios” materiales de la injusticia son los opresores, es decir, los que, además de llevar un opresor dentro, lo “ejercen”; si bien los oprimidos tienen el beneficio de la bienaventuranza y dignidad, y el “consuelo” de saber que el opresor es un ser indigno (y no entrará fácilmente en el reino de Dios).

Pero ¿en qué consiste la Opresión? ¿Por qué existe, si todos sabemos que es injusto tratar a los demás de manera desigual? Es algo constitutivo de la finitud o condición humana, y no lleva a ningún sitio ignorarlo o negarlo. Se trata de la dialéctica, esencial, la de lo uno y lo múltiple, la de lo universal y lo particular. Esa dialéctica habita en nosotros, o, más bien, la somos. Podemos contemplarla tanto en el Sujeto como en la Cosa.

Todos tenemos “en nosotros”, en nuestra consciencia (por eso somos todos humanos y racionales) el principio de universalidad, que nos dice que el interés de todos vale lo mismo, y que justicia es igualdad. Pero todos tenemos, también, en nosotros (por eso somos este o aquel humano) el principio de particularidad, que nos dice que cada uno tenemos que atender a nuestros intereses individuales, que tengo que llenar mis pulmones, no los tuyos, criar a mis hijos, no a los tuyos… Es un (auto)engaño creer que existe una salida “fácil” a esta dialéctica, que puedo estar pensando a la vez y con el mismo cuidado en lo que están sufriendo mi pulmón o mi hijo y lo que están sufriendo el pulmón o el hijo de un humano lejano. Ambos elementos, universal y particular, están en el más infinitesimal de los sucesos. Si nos fijamos solo en lo universal, borramos todas las diferencias y caemos en el totalitarismo. Si nos fijamos en nuestra particularidad, negamos lo común y caemos en el egoísmo.

Esta dialéctica está también en el Objeto (incluyendo aquí al Sujeto como una entidad o cosa que es). ¿Qué tiene, en sí mismo valor? La pulsión racional monista conduce a la austeridad absoluta (o la absoluta riqueza, si se prefiere) de pensar que lo único que tiene valor es el Todo, o más bien la Unidad. Aquí las cosas diversas se relativizan hasta buscar su anulación. Por el camino contrario, solo tiene valor lo que ocurre aquí y ahora, o sea, para mí, y el hombre vive, como dice Heráclito, soñando con su mundo propio.

Para un pensamiento dialéctico-analógico la educación implica, antes que nada, tomar consciencia del carácter dialéctico de las cosas (no hay soluciones unívocas, no se puede segregar a lo otro –por supuesto, tampoco a lo uno-), pero también, inmediatamente, comprender la analogía, es decir, el carácter irreduciblemente no cuantitativo-mecánico de de la vida, el carácter “amoroso” o erótico, por el cual la tendencia a la unidad no niega la relativa diferencia, sino, al contrario, la sublima. Y esto, pedagógicamente, se traduce en que no se puede violentar a las cosas, o a los sujetos (a las cosas en cuanto sujetos que son, todas). Sublimar mi interés particular, no para que desaparezca, anulado por el interés general (lo que sería confundir a la Idea con el Género o Clase universal), sino para que armonice en el Todo-Uno.

¿Cómo se traduce esto en la posesión de las cosas? Por un lado, tenemos que comprender que las posesiones que nos hacen más propios no son las que se pueden obtener por acumulación de materiales consumibles. Al desear riqueza material, nos concebimos como objetos. No se trata de austeridad por respeto a las cosas, o por cálculo, sino por autenticidad. Y esto, nuevamente, no está en el opresor solamente. Pongamos algún ejemplo: la sanidad, o la energía. Obviamente es opresión e injusticia que unos individuos tengan más acceso a sanidad, o a fuentes de energía, que otros. Pero no por ello deja de ser cierto que la pulsión de consumismo médico o energético es una prueba de falta de educación.

La auténtica riqueza del objeto es aquello que más me expresa con menos material. La riqueza del sujeto también es mayor cuanto más se integran universalidad y particularidad, cuando el interés del sujeto particular es, para él, el interés más universal. Entonces, llenar mi pulmón o cuidar de mi hijo, es lo más armónico posible con que cualquier vivo llene su pulmón y cuide a su hijo, y cualquier llenar mi pulmón con el aire que a otro le falta, me produce ahogo, y cualquier ver aprender y realizarse a mi hijo con el trabajo y la sumisión de las espaldas de otro niño, me produce el escalofrío de lo más parecido que hay a la culpa, de lo injusto, de lo que no puede disfrutarse.

sábado, 23 de marzo de 2013

Presentación de Diálogos de Educación


El lunes 1 de abril, a las 19.30h, en el Ateneo de Madrid (sala Nueva Estafeta), presentaremos Diálogos de Educación. Intervendrán mis amigos Víctor Bermúdez Torres y Luis Martínez de Velasco. También se leerán dramatizadamente varios fragmentos de los diálogos, y se propondrá un espacio de preguntas y debate acerca de la cuestión del libro, la filosofía de la Educación. La dirección de la presentación estará a cargo de Victoria Caro Bernal.


Creo que no es fácil encontrar libros, no de pedagogía o psicopedagogía, sino de filosofía de la educación; menos, si se buscan en lengua castellana, y menos todavía, o nada quizás, si se espera la defensa de una perspectiva socrático-platónica o “racionalista” de la educación.

Diálogos de Educación, no solo no es un libro de ciencia: tampoco es un libro de filosofía escolar o académica, sino una obra “literaria” o de “creación”. En él recorro cuatro posibles filosofías de la Educación, buscando sus fundamentos antropológicos, morales y ontológicos, siguiendo aquella recomendación de Sócrates, que casi he convertido en lema, según la cual debemos investigar qué somos, para saber qué nos corresponde por “naturaleza” hacer y padecer. Por supuesto, hay una filosofía, muy “de moda” en tiempos modernos, que dice que no hay nada que por naturaleza o esencia seamos ni nos corresponda. Esta es, precisamente, la primera propuesta que se discute en el libro. Después se pasa a considerar una concepción sentimentalista, según la cual nuestro centro de gravedad es la emotividad y la razón solo es “la esclava de las pasiones” (según decía Hume), y que también tiene muchas versiones modernas en pedagogías tanto alternativas como convencionales; en tercer lugar, se discute una concepción “kantiana”, en la que la Voluntad como Ley es situada en el lugar más alto; solo al final se llega a la concepción socrático-platónica, con la que más afín me siento, y para la cual la maldad es fruto de la ignorancia y nuestra mayor ignorancia es, precisamente, no conocernos y confundirnos con un ser esclavo. Aunque este pensamiento no carece, desde luego, de su "dialéctica"; es más, la busca y la ejercita, pero la envuelve en la "solución" (no disolución) del Amor o Analogía. De las cuatro teorías o concepciones antropológico-pedagógicas intento extraer lo mejor, interpretadas de la manera más optimista y halagüeña que he podido, antes de señalar sus aporías. Algunos fragmentos del libro pueden leerse aquí.

Luis Martínez de Velasco ha dedicado preciosos libros a la reivindicación de la razón desde una perspectiva kantiana con ascendente marxista (¿Un nuevo asalto a la razón? Fundamentos, 2004; Finitud y moralidad, Fundamentos 2007 o La razón recuperada, Fundamentos 2011). Además, lo puedo asegurar, es un magnífico maestro y una buena persona en el sentido machadiano.

Víctor Bermúdez Torres, amigo desde hace muchos años (o, mejor, desde siempre), es el autor de las maravillosas notas del blog Filosofía para Cavernícolas. También él es de los pocos locos que se atreven a pensar desde el racionalismo y no se avergüenzan de los viejos y siempre nuevos problemas de la metafísica (esos que las personas sensatas han superado ya hace tiempo).

Quienes no comportáis este entusiasmo por el racionalismo, y especialmente referido al problema de la Educación, seréis más necesarios allí, quizás, que nunca.

Por supuesto, también está invitado a asistir el señor ministro de Educación y Deportes, aunque no tengo mucha fe en que venga a iluminarnos, visto que de momento no ha contestado a mis invitaciones (incluso por twitter) a leer el Wertíades. Lástima, porque creo que es difícil encontrar un representante público de la Educación que mejor concite todo lo que he querido decir en Diálogos de Educación, aunque justo al contrario.

miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Está justificada la escolarización obligatoria?


Interrumpí mi educación para venir a la escuela (Graffiti)

En España, desde la última ley de Educación (del partido socialista), aún vigente, quedó establecida de manera no ambigua la obligatoriedad de la escolarización para todas las personas entre los seis y los dieciséis años. La educación no-reglada, tales como la educación “en casa” (homescooling) es ilegal aquí (no en otros países: por ejemplo, Francia, Irlanda, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Taiwan, Chile o Japón). También la mayoría de las iniciativas de escuela “alternativa” están fuera de la legalidad, sea por motivos burocrático-económicos o curriculares. Algunas familias españolas se saltan la ley y educan fuera de las escuelas reconocidas, sean públicas o privadas. ¿Está justificada la obligatoriedad de la escolarización? O incluso, más en general, ¿está justificada la obligatoriedad de cualquier tipo de educación contra la voluntad del individuo que va a ser educado? Sería de esperar (aunque mucha gente no cae en esto habitualmente) que toda medida obligante que el Estado impone a un individuo, cualquier restricción de la libertad o del deseo de uno, tenga una poderosa justificación.

La escolarización obligatoria, como sabemos, fue un gran avance social. Desde luego, lo es respecto de la privación obligatoria de acceso a la educación (aunque ¿la obligatoriedad no es, en el mejor de los casos, un mal necesario, no algo intrínsecamente deseable?). Antes, en España, no podías elegir estudiar. Ahora no puedes elegir no hacerlo, y de la manera en que se te impone. La escolarización masiva y obligatoria ha conducido a la alfabetización y “ciudadanización” casi universal, allí donde se ha cumplido. Sin embargo, hay detractores de la Escuela y su obligatoriedad, que creen que, consciente o inconscientemente, es el órgano de manufactura de ciudadanos obedientes y acríticos y trabajadores eficaces y controlables, mediante métodos mecánicos y competitivos, que no respetan el deseo y los sentimientos del educando. Quienes asisten a la Escuela, en su inmensa mayoría, no tienen una buena opinión de ella: la perciben como bastante inútil, aburrida y estresante. ¿Quizás es que la naturaleza humana necesita ser forzada para que aprenda? No está claro. Lo que sí parece claro es que está por demostrar que la Escuela puede ser ese lugar de crecimiento racional, libre y feliz, que se figura a veces en los trípticos publicitarios de los colegios e institutos (sobre todo de los que intentan captar clientes). ¿Cómo justificar, en esta situación, la obligatoriedad de escolarización?

Puede apelarse tanto a un argumentario utilitarista como a uno más “deontológico”. No es conveniente -dice el primero- que nuestros conciudadanos sean salvajes que no sepan siquiera hablar. Y, cuanto mejor estemos educados todos, mejor nos irá a la mayoría. Más aún -dice el segundo tipo de argumentos, más “republicano”-, es necesario garantizar el derecho de todos a ser verdaderamente libres y realizarse plenamente como personas, aunque uno no quiera o no sepa que lo quiere. Un ignaro no es libre, por más que él crea que hace lo que le da la gana. Su voluntad debe ser pulida, y su intelecto, cultivado. Esto –añaden los partidarios de la escolarización obligatoria- solo se garantiza suficientemente en la Escuela. Si estuviese permitido al niño (o a los padres) no ir (o no llevarlo) a la Escuela, se estaría dejando de garantizar, no solo la convivencia, sino, sobre todo, el derecho del niño a ser plenamente humano. Por tanto, el Estado tiene legitimidad para, y hasta la obligación de, obligar a educarse y escolarizarse.

Ahora bien, por ese camino, proteccionista y paternal, el Estado podría llegar a prescribirle a cada uno la dieta que más conviene a su salud, las lecturas que necesita, el color de la pared de su habitación… “Objetivamente”, un médico sabe más que tú acerca de tu salud. Y a todos nos conviene, y tú te mereces, una vida lo más larga y sana posible. Un lema de una campaña de Tráfico de hace no más de cuatro años lamentaba “no podemos conducir por ti”.

Pero ¿podría una persona desear razonablemente que el Estado le prescribiese la dieta o que condujese por él? ¿Hasta dónde es razonable que el Estado pueda intervenir en las vidas de los individuos? ¿A quién se refiere ese “podemos” de la campaña de Tráfico?, ¿quién es ese sujeto? ¿Quién sabe tanto como para saber qué nos conviene? -dice la queja eterna (y justa) contra el estatalismo “socialista” o contra la dictadura utilitarista de la mayoría-; y, sobre todo, ¿cómo puede mostrarnos, ese ser superior, que sabe lo que nos conviene, y que no es un manipulador que pretende diseñar nuestras vidas? Por eso, dice el “liberal”, mejor es dejar a cada uno que tire, cuanto sea posible, por donde le dé la gana, sin pedirle cuentas de cómo se educa o deja de educarse. Parece, pues, que tenemos que elegir entre estatalismo manipulador o individualismo montaraz, entre universalismo impuesto o egocentrismo libre.

Esta dicotomía, sin embargo, tiene poco de convincente. No es una auténtica dicotomía porque nos propone elegir entre dos irracionalismos. Pero se trata, recordemos, de buscar una justificación racional para una obligación. Las justificaciones racionales son universales y, por tanto, deben ser compartibles por todos los seres capaces de razonar (después de un proceso de deliberación y diálogo): no hay una razón para uno solo, uno tiene que poder universalizar sus máximas, si quiere ser tomado por razonable; pero, por supuesto, el “ser compartibles por todos” de las justificaciones racionales significa que deben ser compartibles por cada uno (eso es lo que significa ahí “todo”) y, concretamente, debe ser compartible por aquel para quien puede servir de justificación racional. Para mí estará justificado todo y solo aquello que sea una justificación racional para mí. Si falta el “racional” o falta el “para mí”, no es una justificación para mí, obviamente. Y, si no es una justificación para mí, ni puedo ni debo aceptarla.

Al individualismo irracionalista le falta el “racional”. Y al estatalismo coercitivo, el “para mí”. Ningún individuo puede convertir una creencia irracional suya en algo justificado para mí. Y ningún tipo muy listo ni un colectivo de tipos listos pueden suplir mi propia justificación racional. Aquí la democracia está en el mismo saco lógico que la peor de las dictaduras. Como le decía Sócrates a Polo (en el Gorgias), no necesito que me traigas a toda una masa como argumento, me bastas tú, y es a ti a quien tengo que convencer. Dos visiones, pues, son capciosas: aquella según la cual cada uno tiene su razón y vive en un mundo propio (que decía Heráclito), y aquella otra que se erige en portadora del Logos y cree al individuo humano una mera parte de la sociedad. Ambos infravaloran a la persona.

Centrémonos en el error del estatalismo, ya que es este el que puede defender la obligatoriedad de la escolarización. En realidad, un individuo personal no puede ser esencialmente inferior a la sociedad. Nada puede ser superior a un individuo personal. Una persona es un ser libre, es decir, racional. Si tuviera que aceptar una instancia superior, que él no está en condiciones de entender, no sería libre. Es verdad que hay unos criterios racionales supraindividuales (tales como la coherencia, la no-arbitrariedad, la capacidad crítica, etc.), pero, si yo soy un ser racional, estos criterios tienen que funcionar conmigo. La relación entre los individuos de una sociedad es la relación entre múltiples casos de la misma racionalidad, depositada en cada uno, no la de partes incompletas en un todo mayor que ellas.

Huyendo del estatalismo no tengo por qué caer, pues, en el individualismo fanático, o viceversa. Si un individuo me dice que desea “educar” a su hijo en un libro sagrado, evitándole cualquier otro conocimiento, especialmente cualquier conocimiento que pueda ser crítico para con su libro, seguramente este individuo no puede darme una justificación racional de su conducta. Y lo mismo podría decirse de un niño que quisiera dedicarse a contar la hierba o a dormir todo el día en el sofá.

Ahora bien, ese niño, por más que le interese creer lo contrario al partidario de la obligatoriedad, no existe. Los niños son seres llenos de curiosidad, curiosidad que suele morir en la escuela (sea pública o privada). Y aquellos padres fanáticos son mucho menos numerosos de lo que le interesa creer al estatalista. La mayor parte de los padres son capaces de reconocer cuándo sus hijos están en mejores manos educativas que las suyas propias, y los fanatismos no son tanto cosa individual como, precisamente, de instituciones supraindividuales, tales como Iglesias o Estados-Naciones. Los padres que optan por la educación en casa, no son personajes del viejo Oeste, que sacan su escopeta cuando ven al representante de la autoridad, sino ciudadanos que tienen buenas razones para sacrificar mucho de su vida en aras de una educación más respetuosa y menos mecánica de sus hijos. Y no están en contra de justificar por qué educan a su hijo como lo hacen, ni de que exista una inspección social que garantice que su hijo se está educando y no está abandonado. Están, simple y razonablemente, en contra de que el Estado les imponga una forma irracional de educación.

Si alguien, o un grupo, en presunta representación de algo presuntamente superior a mí (el Estado, la Patria…), me quiere obligar a aprender ciertas cosas, de cierta manera, contra mi voluntad, sin que pueda darme razones convincentes para mí de la bondad de eso, es decir, sin que yo asuma eso como propio, ese alguien o ese colectivo carece de justificación para obligarme, aunque tenga la fuerza para hacerlo, y aunque sus intenciones sean las más “bondadosas” por él concebibles. Y su resultado será, con total necesidad, malo, porque me está coaccionando para ser libre, y obligando a creer sin entender para ser racional.

El Estado debería preocuparse de garantizar las condiciones necesarias para que todo individuo pueda acceder equitativa y libremente a la educación, en un ambiente libre y crítico; y de ofrecer o promover escuelas tales que uno consideraría una desgracia no acudir a ellas. Sustituir su déficit en estas tareas, por obligaciones, es un fraude, y lo menos pedagógico concebible.

Por tanto, es una falacia que yo esté obligado a aceptar al fanático si pido libertad de educación para mí o para mi hijo. Si un individuo, o una familia, tienen razones para creer que la escuela es mala, no hay justificación, ni para ellos ni para nadie, de la obligatoriedad.

A lo largo de esta discusión he obviado el problema de quién tiene que elegir la educación de una persona, ya que no es solo ni principalmente el Estado. Diré brevemente que pienso que, lo mismo que no puede imponerla el Estado, tampoco puede hacerlo la Familia, o sea, los Padres. Por muy bondadosas que sean las intenciones de los padres, no justifican la imposición contra la voluntad del hijo. Y el Estado tiene que proteger la libertad inalienable del hijo contra el despotismo paterno, tanto como le protege del despotismo del propio Estado. No obstante, los padres tienen una mayor responsabilidad y, por tanto, un mayor “derecho de influencia”, para con el hijo. No discutiré con detenimiento esto ahora. Ya sé que muchos teóricos estatalistas, desde Platón a Hegel, piensan que la Familia es una instancia menos legítima que el Estado. Pero esto no me parece nada claro. Conozco familias en las que hay una relación entre sus miembros más racional y libre que la que hay entre los ciudadanos de un Estado. Al fin y al cabo, no conozco ningún Estado que se funde en el respeto a la persona en cuanto mero ente racional, sino que todos los "realmente existentes" se basan en identidades nacionales o étnicas, que, a decir de los nacionalistas y etnicistas, es "un sentimiento". De todas maneras, el verdadero sujeto libre es el individuo racional, incluso en su fase de niño. Un niño es un ser dotado de voluntad, y cualquier fuerza contra esa voluntad, carece de justificación.

Pero ¿y si se quiere tirar por la ventana? –suele volverse a preguntar aquí-. Este, como decía antes, es el tipo de pseudoejemplos pesimistas (y pésimos) que necesita el partidario de la coerción, pero que, por suerte, no existen. Un niño que ha sido tratado respetuosamente desde el primer día, confía plenamente en la recomendación de sus padres y de aquellos que le rodean. Al contrario, un niño maltratado, es decir, obligado (a comer, a qué comer, a dormir y cuándo dormir…), tiende a contravenir los consejos de los maltratadores, incluso si piensa que le beneficiaría seguirlos, por un acto “lógico” de reivindicación de su dignidad.

El Estado, y los Padres, ejercen la violencia casi constitutivamente, y tienden a disfrazarla de protección del individuo y del hijo, para justificar la cual tienen que pintarnos como individuos tendentes al error y necesitados de guía desde nuestros primeros días. En realidad, es abuso de poder, manipulación y dominación. El Estado, o la Familia, están en manos, siempre, de individuos. Y ningún individuo o grupo de individuos es más racional que tú. Al contrario, el uso de la coerción y la fuerza, procede de una debilidad humana, demasiado humana.

domingo, 10 de marzo de 2013

La prioridad del Conocimiento


Conocer y Decidir-Hacer, gnana yoga y karma yoga, dos vías de búsqueda y realización (no las únicas pero sí quizás las principales), van en paralelo y son inseparables: lo que conseguimos en una, nos lleva a conseguir lo que le corresponde en la otra. Son dos caras de lo mismo, o, más bien, lo mismo mismo. Pero también son, a la vez y por eso, vías diferentes, y entre ellas hay, además de correspondencia, una contrariedad dialéctica inevitable. Esta diferencia en lo mismo, se plantea en los términos de cuál tiene la prioridad última: ¿conocimiento o acción?, ¿el sabio o el guerrero?; o, en términos de sus facultades psíquicas dominantes, ¿Entendimiento o Voluntad?

El pensamiento de la época moderna ha optado, en su mayoría, por el karma yoga, la prioridad de la Voluntad-Acción, sobre el Conocimiento-Contemplación. La Voluntad es más amplia que el Entendimiento, dijo el “racionalista” Descartes. La prioridad corresponde a la “Razón práctica”, que, a diferencia del siempre condicionado Entendimiento, puede ser autónoma, dijo Kant. Los filósofos, hasta hoy, se han dedicado a conocer el mundo, ahora se trata de cambiarlo, dijo Marx. Toda concepción del mundo es solo el fruto de la Voluntad de Voluntad, y no hay más en-sí que la Voluntad, dijo Nietzsche. El Pragmatismo es, también, la última base, el último refugio, de la ciencia, según el positivismo.

El Pragmatismo, en su sentido más denso, podría ser, incluso, una revolución sin precedentes y sin vuelta atrás, un cambio en la humanidad, mayor incluso que aquel que se figuraba Comte con su etapa definitivamente positiva. El “error” no estaba en un conocimiento poco apegado al suelo, sino en la propia vida teórica. ¿Y si el gran enredo hasta hoy ha sido, precisamente, darle la prioridad al Conocimiento, ese siervo estático de la viva Decisión?

Los mismos teólogos modernos han descubierto (sobre todo entre los protestantes) que la gran corrupción de la Teología tradicional era su dependencia de la Metafísica. No, la Religión no tiene nada que ver con la Metafísica ni con el teorizar en general. La “esencia” de la Religión no es el conocimiento acerca de Dios (ningún “argumento” es válido aquí), sino la acción para con Él, como esa acción pura y totalmente irreducible a la función descriptiva y teórica del lenguaje que es la Oración.

La Metafísica es un montón de enredos en los que cae uno cuando quiere sustituir maneras de vivir por ideas. Todos los problemas teóricos se resuelven o disuelven en la praxis. Lo Realizativo, la “dimensión pragmática del lenguaje”, se ha delatado como lo esencial.

Y pasando a la Ética (que es lo más importante), hasta en la más cotidiana de las morales, de nada sirve entender algo si no se llega a realizarlo, pero ese salto, del dicho al hecho, no puede darlo la inerte capacidad de “conducir los pensamientos”. Es más: ¿y si la Razón teórica, o, simplemente, la Razón, es esencialmente inerte, y ni siquiera podría decir qué es lo bueno y deseable, sino solo cómo conseguirlo? ¿No es la Voluntad la que establece qué es bueno y malo, por su simple acto, desde la nada? Al principio fue la Acción.

Creo que este discurso, tan atractivo para muchos, está fundamentalmente desencaminado. Conocimiento y Acción son lo mismo, pero es el primero la cara, y el segundo, el reverso. El karma yoga es una vía indirecta e inconsciente, aunque, seguida a fondo, no puede dejar de despertar a la consciencia de la Consciencia.

El pragmatismo-voluntarismo, a mi parecer, se equivoca en todos los puntos: se equivoca en cuanto al “antes”, en cuanto al “después” y en cuanto al “mientras” de la propia Acción. No hay acción si no hay, antes, conocimiento de lo que se quiere y debe hacer; no hay acción si no hay, en su transcurso, consciencia de ella; y no hay acción, por último, como no conduzca a, o sea en sí misma, solo un mayor grado de consciencia. Pero, sobre todo, no hay más acción que simple conocimiento. No hay algo, además de la pura consciencia, que se pueda o se necesite añadir para la realización plena del ser.

Empezando por el “antes”: si, al ponernos a hacer algo, no sabemos (o creemos saber) qué es bueno y queremos conseguir, y cómo conseguirlo, nuestra acción no es acción: somos un pollo sin cabeza. Sólo equívocamente se puede llamar acción a la que no está determinada por el conocimiento: en verdad, es o sería azar. No podemos sumergirnos en la acción de la vida sin pensar. Formalmente, pues, no hay acción sin intelección. Pensar y conocer son, como mínimo, una condición necesaria antecedente del actuar.

También en el “mientras” en que transcurre la acción, la consciencia de lo que hacemos, por qué lo hacemos, cómo lo estamos haciendo…, es, como mínimo, una condición imprescindible. Incluso durante una revolución, para que sea una auténtica acción y no algo sucedido al azar, es esencial que el conocimiento esté en la causa origen, en la causa final y en el desarrollo. Es cierto que en esa acción (en toda acción finita) hay algo o mucho de imprevisto y de inconsciente o semiconsciente, pero que eso, ese evento, sea algo de lo que la gente es dueña y que pueda identificarse como acontecimiento feliz en lugar de cómo catástrofe o involución, depende completamente de que sea entendido como bueno y aprobado como deseable.

Ahora bien, el punto esencial de esta dialéctica está en el “después”. Un defensor de la prioridad del yoga de la acción sobre el del conocimiento, podría admitir que el conocimiento es una condición necesaria para que se de la acción. Pero ¿no es la acción algo que completa al mero conocimiento, consiguiendo así lo más importante? Entonces, el conocimiento sería una condición insuficiente. Tenemos que preguntarnos, pues, cuál es la esencia de la acción. ¿Qué distingue un hacer de un mero padecer u ocurrir? ¿Qué es todo y solo lo que tiene que tener una acción?

Contemplemos dos posibles modos del hacer. La acción puede tener (normalmente tiene) un “objetivo” diferente a ella misma, un estado, diferente a ella misma, que se quiere alcanzar. Ese estado tiene que tener el carácter de más perfecto, de manera que, ejerciendo su atracción sobre el actor, ponga a este en camino, motivándole a actuar o trabajar por ello. Pero ¿qué es lo que queremos, en último extremo, conseguir mediante nuestro esfuerzo y trabajo?, ¿cuál es el telos último? El estado que se quiere alcanzar solo puede ser un estado más plenamente cognitivo, más consciente. Al menos, es difícil concebir que el objetivo no incluya un estado consciente. ¿Una realización sin consciencia? No es posible. ¿Quién puede desear ser una piedra? ¿Sería acción la que ocurra bajo la pulsión Thánatos? Doy por evidente que este es un camino equivocado. La acción solo puede tender a la Vida, y la vida plena es vida consciente. Ahora bien, el estado puro último a conseguir no puede contener dos cosas, dos propiedades distintas, pues se interferirían. Uno no puede ser feliz y a la vez ser consciente de que es feliz, salvo que la Felicidad sea, precisamente, la Consciencia. Así que el fin último esencial de toda acción solo puede ser la intelección. No es solo que no haya realización sin consciencia, es que la Realización misma es solo la Consciencia, sin mezcla de inconsciencia o ignorancia. Nada hay más cercano al Ser, que el Conocer. De hecho, Ser y Conocer, en estado puro, son lo mismo. El conocimiento es aquello donde el sujeto es el ser. 

tò gàr autò noeîn estín te kaì eînai "Pues lo mismo es pensar y ser" (Parménides)

Claro que, entender la acción como orientada a un fin, podría decirse, es entender a la acción como algo heterónomo, y es, por tanto, entenderla como no-acción. La acción pura o plena (he aquí el otro modo del hacer) no lleva a ningún sitio, sino que consiste en el mero hacer. No hay, en ella, dualidad medios-fines.

Antes de contemplar esta posibilidad, pensemos que, aunque sea admisible que una acción cuyo fin no está en sí misma es “menos” acción que una cuyo fin está en (o es) ella misma, aun así, al menos es más acción la que tiende a un fin considerado como un estado más perfecto o más realizado, que la que va, según decíamos, “como pollo sin cabeza”, es decir, sin objetivo. Quizás no es una acción absoluta, pero, desde luego, no es una absoluta pasión.

Ahora pensemos en la acción absoluta, la que tiene el fin en sí misma. ¿Qué relación tiene esta acción (imposible para seres finitos, pero ideal) con el Conocimiento? Puede decirse lo mismo que cuando hablamos del fin separado de la Acción, pero ahora con más razón, si cabe. Una realización presente inconsciente es una noción absurda: no es acción, sino mero suceder (la antípoda de la acción), lo menos dueño de sí mismo. Nada que se añadiese a una total consciencia actual, a la total identificación con la realidad del Ahora, podría aumentar la plenitud de la vivencia. El estado de plenitud es pensamiento de pensamiento, consciencia consciente. Nada más.

Aunque Conocimiento y Acción son lo mismo (la más pura forma de actuar es pensar, y el más puro conocimiento es el más activo), hay una asimetría, por la cual el Conocimiento es el anverso y la Decisión el reverso. La prioridad no la tiene la Voluntad, sino el Entendimiento.

Dije en el colegio que el entendimiento es más noble que la voluntad y ambos, sin embargo, tienen su lugar en esa luz. Entonces un maestro dijo en otro colegio que la voluntad es más noble que el entendimiento, porque la voluntad toma las cosas tales como son en sí mismas; el entendimiento, toma las cosas tales como son en el mismo. Esto es verdad. Un ojo es más noble en sí mismo que un ojo pintado en una pared. Pero yo digo que el entendimiento es más noble que la voluntad. La voluntad toma a Dios bajo la vestimenta de la bondad. El entendimiento toma a Dios desnudo, tal como se halla despojado de la bondad y del ser. La bondad es una vestimenta por debajo de la cual Dios se halla escondido, y la voluntad toma a Dios bajo esa vestimenta de la Bondad. Si no hubiera bondad en Dios, mi voluntad no lo querría. … Yo no soy bienaventurado porque Dios es bueno. Tampoco quiero pedir nunca que Dios en su bondad me haga bienaventurado, porque Él no sería capaz de hacerlo. Soy bienaventurado únicamente porque Dios es racional y porque yo conozco este hecho. … Dice un maestro: es el entendimiento de Dios del que depende enteamente el ser del ángel. Se pregunta: ¿Dónde se halla más propiamente dicho la esencia de la imagen? Hablando con mayor propiedad: en aquel de quien proviene… El ser del ángel depende de que tenga presente el entendimiento divino en el cual se conoce. (Quasi stella matutina…, sermón IX, en Tratados y sermones. Edición de Ilse M. e Brugger Edhasa)

El entendimiento tiene la llave y abre y penetra y atraviesa y encuentra a Dios en su desnudez, y luego le dice a su compañera de juegos, la voluntad, qué es de lo que se ha posesionado por más que ya anteriormente haya tenido la voluntad de hacerlo; porque busco lo que quiero. El conocimiento va a la cabeza (Nunc scio vere… sermón III)


(Imagen: Wikipedia)

domingo, 3 de marzo de 2013

Del Conocimiento y la Acción en estado puro

Con gran sabiduría, los maestros que pensaron la filosofía Vedanta distinguieron varias vías de búsqueda del sentido, la del Conocimiento (gnana yoga), la de la Acción (karma yoga), la de la Devoción (bhakti yoga)…; y advirtieron también que uno no puede seguir una de esas sendas sin, a la vez, verse arrastrado por las otras, porque no son más que diversas perspectivas del mismo camino, el único posible.

Dijo Krishna: en el principio de los tiempos, Arjuna, el de mente pura, establecí para este mundo dos firmes senderos, el de la unión por el conocimiento de la verdad para la persona contemplativa y el de la unión por las obras, para la persona activa. (Bhagavad Gita, II, 3 –en adelante, BG; edición de Consuelo Martín, Trotta-)

Son los ignorantes, y no los sabios, los que consideran que el sendero del conocimiento de la verdad y el sendero de la acción son diferentes. Quien se dedica a uno de ellos adecuadamente, recoge el fruto de ambos (BG V, 4)

¿Cómo son paralelas, por ejemplo, la vía del Conocimiento y la vía de la Acción?

Quien sigue a fondo el camino del Conocimiento llega a la comprensión de que Todo es Uno, todos los seres son, no partes, sino modos, aspectos o reflejos del Ser único esencial; que lo relativo es, en verdad, solo manifestación de lo Absoluto; pero esa unidad esencial y absoluta que es todo en su fondo, es incomprensible para el pensamiento que divide y relaciona. Es y no es comprensible. Por medio de la Analogía, el pensamiento “resuelve” la contradicción Dialéctica.

¿Qué descubre el camino de la Acción? Según aquellos maestros, si se sigue con pureza y radicalidad (no viviendo al tuntún y de oídas), el camino de la Acción lleva a la Acción por la acción misma, y al Desapego hacia el resultado de la Acción. La Acción misma es el Ser mismo, y todo lo demás es pasión.

Trasciende, Arjuna, supera los pares de opuestos y mantente equilibrado, libre de ambición y del deseo de seguridad. Y permanece lúcido, vigilante. Solo tienes derecho al acto, y no a sus frutos. Nunca consideres que eres la causa de los frutos de tu acción ni caigas en la inacción. Establécete en este yoga, y dedícate a realizar el deber, abandona el apego y permanece en equilibrio ante el éxito y el fracaso. A esta ecuanimidad se llama yoga. En verdad, toda acción es inferior al camino de la sabiduría. Dignos de lástima son los que obran por la recompensa. (BG I,45-49)

La dialéctica de la Acción es llevada a su máximo. La Acción se funda en el interés: actuar es hacer algo, y eso implica un telos, una tendencia, un “movimiento” hacia lo deseado. En ese sentido, la acción siempre debería estar fuera de sí. Pero, entonces, la acción es siempre “heterónoma”, servil, mediata, regida por algo externo, y conduciría lógicamente al Reposo. Sin embargo, ni el Reposo puede ser el fin de la Acción (como lo menos no es causa de lo más), ni una acción heterónoma es propiamente una acción, una auténtica y pura acción, sino una pasión. La Acción pura es, paradójicamente, la que no busca nada, nada fuera de sí misma. Y esto parece confundirse con la inacción, aunque es su contrario (y porque es su contrario), como lo absolutamente indefinido, infinitesimal, múltiple y otro parece confundirse con lo absolutamente indivisible, infinito, uno y mismo.

Nadie se libera de la acción por el simple abstenerse de obrar, ni se puede llegar a la plenitud del Ser por la mera renuncia a actuar. Nadie puede dejar de actuar ni siquiera por un momento, ya que los impulsos de las características de la propia naturaleza fuerzan a la acción (BG II, 4 y 5)

Aquel que encuentra la inacción en la acción y la acción en la inacción, es un sabio entre los hombres. Está en el sendero de la unión y puede hacer cualquier acto (BG III, 18).

Quien sigue el camino de la Acción, solo actúa por actuar. Esto es lo que nos ha dicho Kant con su actuar autónomo, y lo que nos ha dicho Nietzsche con su Voluntad de Voluntad presente. Para el karma yoga no se trata, pues, de no actuar: hay que hacer en cada caso lo mejor, pero todas las acciones son solo expresión de la Acción misma, la Acción en sí, lo mismo que toda la variedad de entes son solo expresión del Ser Uno.

Por eso, mantente desapegado, realizando las obras que tu deber te imponga. Porque actuando según el deber sin apego, se llega a lo supremo. (II, 19)

La misma dialéctica que, por el sendero del Conocimiento, se ve como Uno y Múltiple (Todo es Uno pero lo Uno se expresa y es cognoscible solo como Todo) se ve, por el sendero de la Acción, así: Toda Acción es, en el fondo, una única y pura acción, que se expresa en todas las acciones. El buscador, o sea, el alma (Atman), busca lo Uno puro a través de todo y en todo, y persigue la Acción pura a través de todas y en todas las acciones. Y lo mismo que el Conocimiento auténtico está desatado de lo concreto o parcial, la Acción auténtica está desapegada de toda acción concreta o parcial, de todo interés, salvo del Interés en sí, que es hacer por hacer, hacer bien.

Pero ¿entonces -se pregunta el pensamiento que no entiende bien ese camino-, vale cualquier acción, puesto que todas son igualmente expresión de la Acción? Sí, en términos abstractos: todas las acciones son iguales como todos los seres son iguales, vistos desde ninguna perspectiva concreta; pero no en términos locales: a mí me corresponden unas acciones por ser el momento y aspecto concreto que soy de lo Uno: tengo que llenar mis pulmones, no los tuyos; cuidar de mis hijos, no tanto de los tuyos.

Bien, dirás, pero ¿qué es lo mejor, dadas mis circunstancias? ¿Qué me dice la Acción acerca de lo que, dado el aspecto de lo Uno que soy, debo hacer? Eres –será la respuesta- un aspecto de lo Uno, y lo bueno es que busques esa unidad, en ti y en todo. Porque no puedes buscarla en ti sin buscarla para todo. Entonces, la guía de tu acción concreta se convierte en esto:  

Actúa de tal manera que lo que hagas sea aquello de cuanto está en tu mano que mejor conduzca, a tu parecer, a la mayor perfección del Todo, esto es, lo que mejor exprese lo Uno

Por eso, aunque tengas que llenar tus pulmones y cuidar a tus hijos, tienes que procurar que todos llenen sus pulmones y cuiden a sus hijos, sin que tu interés particular disuene con el interés universal.

La noble sabiduría del Karma yoga parece conducirnos a la vez a la Inacción (al Reposo) y a la acción indiscriminada (cualquier cosa vale). Lo cierto es que solo nos lleva a la acción más pura, que es lo contrario a la quietud y, a la vez, a la acción alocada o indiferente (otra forma de quietismo, un quietismo completamente inquieto).

Pero debes saber que, más allá de lo que crees y puedes, nada está en tu mano, así que, una vez deseas solo lo que sabes o crees que es mejor, no puedes ni debes desear nada más.  Tu acción tiene consecuencias, es la ley del karma, pero las consecuencias no están en tu mano, por eso puedes librarte del karma.

Al actuar siempre son las características de la naturaleza las que llevan a cabo la acción, mientras aquel cuya mente está ofuscada por el egoísmo piensa: “yo soy el que actúo” (BG II, 27)

Otra vez la misma dialéctica: aunque eres el dueño y responsable de tus actos (eres algo activo, no pasivo), no eres el responsable ni dueño de lo que pasa: no existe la Culpa ni el Pecado. Creen en la Culpa y el Pecado los que están apegados a los resultados, y no a la Acción misma. La acción misma es siempre buena, porque la acción es un concepto que no puede hacer juego con mal y no-ser.

  
El Señor impregna todo lo que se mueve en el universal movimiento.
Realiza tu dicha en el distanciamiento. No desees los bienes de nadie.

Cumpliendo el karma se puede desear vivir cien años en el mundo.
De esta forma estamos libres del error. Pero uno no debe ser esclavo del karma.

Único, inmóvil y más veloz que el pensamiento en su proceder. Los propios dioses no pueden alcanzarlo. Aunque permanece inmóvil, supera a todos los demás que se encuentran en movimiento.

Él se mueve y no se mueve, está lejos y está cerca, está dentro de todo y fuera de todo.

Quien entrevé todos los seres en él y él en todos los seres, ya nunca más se separa.

¿Qué ilusión o aflicción podrán rozar a quien ve la unicidad, a aquel cuyo sí ha llegado a ser todos los seres?

Aquellos que veneran lo inmanifestado se introducen en ciegas tinieblas; quienes son devotos de lo manifestado se introducen en tinieblas aún mayores.

Uno es el resultado de lo manifestado y otra el resultado de lo no-manifestado. Así lo hemos aprendido de boca de los sabios.

En efecto, quien conoce estas dos, manifestación y disolución, se libra de la muerte por medio de la disolución  y obtiene la inmortalidad a través de la manifestación.

El rostro de la Verdad está escondido por un disco de oro, ¡oh, Pusan! Levántalo  por la ley de la verdad y de la visión interior.

¡Oh, Agni, condúcenos por el buen camino para que podamos obtener la Plenitud. ¡Oh, deidad, tú que conoces todas las manifestaciones, borra el error que nos extravía!

(Isa Upanisad, fragmentos)